Creo que soy de la farándula. Por las noches, cuando me acuesto, entró en el barrio bohemio de París. Nada extraño, busco a aquella Sandrine que me dejó, sin un duro en el bolsillo y sin una lágrima en el corazón. Algunos hoy lo quieren hacer con enlaces. Pero ellos no tendrían, más que el desprecio por haberlo hecho como unos mercenarios. Tienen suerte porque no soy Liam Nelson. A este le veo y me creo dios, ¡joder que de recursos, ni yo en la piragua, con olitas!
El caso es que voy cogiendo hojas, sentado en un banco; a veces cuando me invita ella, en una terraza, hago que pinto. Tengo lápices y hasta un bolígrafo que me dio un alumno por hacer una coreografía delante de su grupo. Me dijeron que les había ayudado para entregar un trabajo a un iluminado, ya medio tieso. Aún así, uno de esos irreverentes jóvenes me ha dicho que algo si que transmito, ¡ Quién pudiera serlo en todo!
Pasa ella, como bailando, como una bruma sin ataduras. Algunos me dicen que si, que es una belleza divina, pero todo me daría igual, si no fuera por todo lo que nos dimos. Entrega, zumos compartidos, manos que parecían incontables y sueños hechos terrenales en una bañera con efluvios de eternidad y copas de caricias.
Todo eso, ellos, ni se lo imaginan en mi deteriodado actual estado. Algunos lo comparan con el de Mónica Oltra, siempre ante de elecciones. Les miro, ahora sí, con desprecio; no cojo su mensaje, lo tiro en un escupitajo.
De aquella niña, extraida del museo de Orsay, tocó su piel de abrigo para el corazón helado, beso el cuello, mientras un pájaro picotea el árbol cercano. Contemplamos lo que nos entregamos y quitamos el maldito tiempo para que este no exista. Sólo este instante que no quiero ver en su horizonte, solo cómo un hormiga ante un Everest. El ahora que no tuviera las llaves de la puerta ni para un futuro incierto, ni para un pasado que está lleno de dolorosa ponzoña, de lo que ya se fue.
Cuando levanto la vista, hoy en el pobre banco, creo haber escrito todo eso en dos trazos. Me limpio los ojos y sobre el blanco se ha impreso una lágrima. Cuando se seque, en esa rugosidad, nadie sabrá que existió un universo que se recorría ¿perezoso?, no ansioso de cada planeta y su naturaleza, en aquel cuerpo de terminaciones nerviosas al si, del que nos absorbíamos en dar al otro.
Y entonces miro la hoja rugosa y levanto la vista por si ahí estuviera y entonces ellas me miran y crueles, rompen esas mis cadenas y me lanzan con sus carruajes de risas a descubrir que todo puede ser un juego, en el que entrar y salir. Ella, salió pero sus germinaciones me ayudan cuando el agujero parece querer tragarme
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