Es un día nuevo, en un año que recién comienza. Veo en el cielo la nave de 2001, odisea en el espacio y se activa la televisión. Daniel Barenboim, anda subido en la barca. Mira casi siempre a proa y con ligeros matices va marcando la dirección.
Parece que tiene claro el futuro y fuera de la barca, lo observa en el horizonte, con su luz decadente. En la popa, se organiza un viento de palmadas, que él azuza, todo vuela; el único peligro es que la ola la monté en su cresta y eso tiene su peligro. A alta velocidad, mucha gente no controla la velocidad con lo cual el desmadre se puede trasladar a la proa. La gente de ahí, van todos muy aviados, pero déjate, cuando la mecha se enciende, apagarla ya no es tan fácil.
Sin ir más lejos, cuando me he montado de forma precipitada y sentía que el corazón estaba tocado. Sólo tres días de descanso, desde la última vez, no estoy acostumbrado. He decidido darle descanso a los descubrimientos y buscar quedarme atrapados por las diferentes olas que existen en ese tramo tan pequeño.
Soltar varios gritos en medio de las olas, también tenía un poco liberar los miedos que vamos tejiendo por haber visto a compañeros que les fallaba ese músculo de dos caras.
Los muslos, las piernas, con sus pies, en esta época que parecen llamar más la atención, han ido cuidando del equilibrio. La pala es la batuta y sus dos partes modelan la seguridad sobre la que cabalgo en la última etapa; sin olvidar, que hubo antes épocas de épicas de aguas por arriba, por abajo
Un gato negro se acerca a la orilla. No le monto, creo que el concierto es un sólo, y él es un espectador que, cada vez más, se acerca a mí. No sé si apreciará la concentración con la que me enfrento a cada ola cruzada, contracorriente cambiante, y lenguas que tienen unas claves que pueden ser golpeado por los matices de piedras, de cruce de caminos, de contras y corrientes, de algún saliente, que, por momentos, deseamos que no sea un cocodrilo.
Yo, si fuera Cachitos, me pondría un rótulo para decir a aquel Güil que mucho ser el rey de los ríos, pero dentro de sus remolinos perdía la compostura sus corrientes de agua y tan pronto se metían por un sifón, como se quedaba estancada, como Constancio que ya se queda por ahí, toda una vida: De ahí le viene el nombre. Si no se hubiera llamado M. el breve, que también es mala leche porque a ver quien se atreve a averiguar el nombre. Le pones un apellido y ya empiezas a situarte, pero que llegado el momento, quizás tampoco. A un amigo mío le puse "compi yogui" y me cuenta que estuvo a punto de echarse en los brazos de una reina. Yo, lo que le digo, ni se te ocurra. Ella me dice, y tú que te vas de farra con la Danza.
Me duele, como no, pero claro que en los reencuentros pueden venirte pasiones con las que nunca pensaste elaborar un dueto, pero claro. Tú, te la cargas por la espalda, ella tira de tí, te arrastra y los dos rodáis, hasta que ella se levanta y yo con el peso cambiado la retengo; se vuelve, me gira, caigo, la arrastro, quedamos en un equilibrio que amenaza todo el escenario. Nadie se atreve a nada porque al Elefante el "abi" le dice dudua pero no le regaña con lo cual todo parece irreal
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