martes, enero 11, 2022

Feudal

 No sé cómo me ha pasado pero de repente estoy en Granada. Ni el móvil, ni la tele parece que existen. Mi mujer me ha dicho que como ha sido posible que me comiera el jabalí que habían preparado para el rey. Yo, al principio, no la ha hecho caso. Vamos cogiendo confianza y ella, de vez en cuando, parece querer bromear sobre mi aspecto.

 Llevaba varios días por el campo y le iba a contar como el capitán de los ejércitos de su majestad se estaba pegando una farra con algunos de sus gregarios comiéndose una bestia, cuando le he ido a ofrecer algunas de las bolsas que fabricamos. 

  Imposible hablar con ellos. Estaban como idos. Si que oí que sería una buena víctima.  No entendí a quien se referían

  El cocinero de la Corte lo había cocinado pero tenía una deuda con el médico del Capitán. Yo, le llevaba las especias y me estaba agradecido. Juntos habíamos percibido la necesidad de eliminar las agua pútridas como nos habíamos dado cuenta no existían en el mismo Alhambra.

 Fue todo un éxito para ambos. Un día que la visitábamos, en el patio de los Leones, con un silencio alrededor del agua que danzaba, un sol que daba matices a los colores que manaban de los más diversos rincones, se obró un transformación en aquella belleza, apareció Zulema, su tez morena, su cuerpo que daba formas a los vestidos y sus ojos que apagó el mediodía de la ciudad, hechizados en ellos permanecimos anclados por si hubiera otra vida.

  En aquel rayo sonaron las raíces de un Albaicín que no tendría noches. Era un asirnos por nuestras cinturas para que la vida nos continuara por sus calles empinadas que escalábamos en besos. Sus sonidos eliminan los de las regueras con las que los árabes habían saneado la ciudad, tras una peste que eliminó a muchos de nuestros abuelos.

  Cuando unos días después, nos separamos. Me acordé que a mi madre le debía llevar a un sanador, que llamaban médico. Se había formado en la Palestina, en medio de la convivencia de las tres culturas. Fue ella, quien me dijo todo lo que se estaba diciendo de mí, que yo había quitado el jabalí salvaje de carne exquisita, al rey, y a cambio le había dado la de unos cerdos desnutridos que habían sido abandonados y hacinados tras haber sido la raza con la que se había experimentado el remedio para aquel mal.

   La mentira, sólo podía haber partido de aquel ofuscado cocinero, que en este caso había hecho un preparado de mezclas de medias verdades, que siempre es una mentira cada una de ellas y con la colaboración de las tragabalda del capitán y sus gorrones la habían hecho por la ciudad, para criminalizarme y que eso llegara a su excelencia, que le llegaría porque siempre hay voceros que se conforman con los huesos de los manjares porque podrán afirmar que se han alimentado con la comida de un rey.

   Mi madre trató de razonar como le habían llegado los comentarios de sus vecinas. Admitiendo que existía una polémica, porque unos expelían aquellas afirmaciones y alguien que me quería, decía que esa situación no se había dado.

  Cuando mi madre, me preguntó, la dije: madre no ha polémica, la mentira no se debate. Ella y muchos así lo entendieron. Pero si, es un mundo lleno de Pilatos, cobardes, aunque travestidos de dioses.

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