Tengo sólo cinco minutos para decir unas de las palabras más importante de mi vida. Muchas cosas dependen de esa contestación.
He podido dormir bien, porque desde que tome el camino con más dificultad que había realizado hasta mis dieciocho años, esta ha sido la que de alguna manera definirá mi forma de estar dentro de un grupo llamado sociedad.
Enfrente, con las luces apagadas, si un humo que salga por la chimenea principal, lo cual nos permitiría entrar en cada casa, por cada una de las conducciones.
En estos 300 segundos infinitos me atrevo a entrar por alguna de ella. Un niño estudia con una linterna el último examen que le ha puesto el profesor de Educación Física; no me lo puedo creer, en mis tiempos un balón detrás del que íbamos una bandada de sueños de Pirris, Miguelis, Velázquez, era suficiente para tener una hora que nos despistará de sumas que adicionaban peras con manzanas, divididas, me imagino por la navajilla con la que papa, que cuidaba cabras, separaba los torreznos que le había preparado mama. El niño en voz alta, sigue preguntándose la razón por la que se habían venido a la ciudad y había tenido que dejar a Blanca, Manchado y Negra, cabra, perro y oveja, que se habían quedado al cuidado de Pedro.
Vuelvo al instante para el que me preparé durante duros años. Mi padre y madre recorrieron todos los lugares de la ciudad para explorar los manantiales que les permitirían obtener dinero para mis estudios. El campo, luego, tan generoso y tan cuidado por su experiencia de años, complementaron unas buenas oportunidades para que yo pudiera pagar a aquel preparador, ya bien colocado, siempre trillando los caminos, como yo lo hacía sobre la era para moler todo el cereal que recogía la familia.
No comprendo como mi vida sigue suspendida y mis imágenes fluyen como trasportadas por un haz de luz. Mi madre, ya murió hace años. Doblada por las casas que fregó y las humillaciones, bien es verdad que pocas, porque las casas a las que "sirvió" nos guardaron aprecio, incluso alguno me abrió algun camino necesario.
Mi padre, en su butacón, calla, como ensimismado, parece ajeno a la PREGUNTA, esa que marcará lo que quiero ser en el tiempo que me resta. Sé que en la balanza veo los ojos de mis hijos; su futuro. En esas décimas, mi padre se agranda, su trabajo sin horario, su recoger ahora fruta, luego patatas, más tardes los tomates tallados por los cielos de verano. Si las ropas que vestían entonces mi madre y mi padre las tuviera que definir por algún rasgo, o sus colores, o sus sudores marcados, o sus desgastados tejidos, sin embargo sería la dignidad. Desde el pañuelo o la boina, hasta sus sandalias, o los domingos algún calzado de mejor calidad, estaban impregnados de ella.
La pequeña, me hizo llevarla el otro día al cine, creo que me quedé enganchado a la trama. La película era Interestelar y en estos momentos, los segundos retenidos se bañan en los siglos que les impregnaron de sus luces y sombras. Esto me permite volver a la casa de enfrente, paso por la tubería a otra habitación, discuten sobre cómo podrán obtener el dinero para pagar un gasto extra que les han añadido, por una decisión unilateral de la empresa que posee este edificio.
Tras mi dimisión o mi permanencia, pues eso es lo que me piden, tendré que dar opiniones sobre si eso puede ser legal.
Ese edificio fantasmagórico que forma parte de una paisaje de la ciudad que se ha expandido para dar cabida a sueños, a necesidades, a obligaciones de salir de un sitio que, sólo, le tenía reservada como en la puerta de la habitación de un hotel, alguna de las siguientes palabras “muerte”, u “opresión”, o “arrollidado silencio”; ese espacio, próximo, pero alejado, cortado e inalcanzable a la realidad de la cadena de chalets que hicimos en exclusiva un cierto grupo de personas liberales o altos cargos que tuvimos acceso a una información privilegiada que casi nos regaló aquellos terrenos, cuando todo ya se había desbocado en una locura inflacionista; ahora quieren cobrarse aquello que creíamos un regalo por ser “élite”.
Nos golpea con acritud esa petición de un sí; de aceptar un cargo para que nuestros ideales desemboquen en su realidad; decía Piqué, el ministro, que a los 50, ya no se tienen sueños de juventud, sino verdades a las que servimos, y desde esa sumisión, obtenemos pingües beneficios.
Evito mirar a mi padre, con la vista clavada en el amplio jardín que nos lleva a la piscina, pero cuando se decide a hablar, lo hace del espacio que reservaba a las lechugas, a las que debía dar el Sol y que debía quitar enseguida que empezaba a espigar. También comenta los ricos pimientos y las insaciables lloreras que nos producían aquellas cebollas tan sabrosas en todos sus usos. Me centellea la impotencia que sentía porque nunca consiguió coger el punto a los ajos. Eso le tenía siempre a mal traer. Con el tiempo, y ya él metido en años, y más relajado aceptaba bien las bromas que les hacíamos sobre los ajos para alejar los malos espíritus. Él decía que ellos eran en sí, esos temores que nos toman a todos
Llega el vacío, la llamada allanará e invadirá mi mundo que creía tan ausente de cadenas.
Mi padre, por un instante vuelve la cabeza creyendo que yo estoy concentrado en unos papeles. Siempre le consulté y le respeté.
Toda la ciudad es engullida como para salir por una gran chimenea. El pequeño espacio robado al ladrillo, donde un niño se transforma en el próximo Messi y el baile de unas adolescentes, amantes del hip hop, se interrumpe de manera brusca.
Esos barrios añadidos, como con desgana, cedidos por los coches que son los nuevos dioses griegos y los míticos personajes creados por los Platón, no me Sófocles que te Esquilo, esperan mi DECISIÓN.
Prorrogar mi permanencia en el CGPJ, un segundo, ¿es ser digno y respeta la Constitución que debiera defender?
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