jueves, enero 13, 2022

Un día en el Henares. 45

 Iba a salir del río de buena mañana. Por la noche me apaño mejor en mi medio. Mis escamas sirven, por un lado, para filtrar la suciedad y por otro, para calentarla. Además todas las noches, con mi mujer, pez; que no es que no sepa nada, pero mejor llamarla así que decirla peza. Empieza llamándola así y se termina marchando con cualquier pieza. 

  Como les narraba nos echamos en un banco y allí, nos pegamos unos cuantos achuchones. Claro, claro, ella y yo sólos. 

    Ah, ¡qué es por lo de banco!, que se había hecho usted que nos metíamos en una orgía y que de ahí, esa mirada que han visto ustedes, cuando han cogido a algunos de nosotros. Parecíamos empanados, de esas noches de ensueño y acoples. 

   No, me refería yo que nos echamos sobre una piedra y allí, nos retozamos uno al otro y viceversa.

   Claro, yo ya estaba oteando por donde salir. No se crean ustedes, estuve a punto de ser cogido por las guerras de lo que parece ser que venía volando con la capacidad de tapar el cielo. Vamos que llego a hacerse la noche. Me salve porque me volví a contestar a la requisitoria de mi mujer de no ir pregonando por ahí fuera nuestra fogosidad.

  Yo es que lo disfrutaba.Decirlo en público para los humanos me parecía engrandecerme y es que el agua, al contrario de lo que se piensa te da unas facilidades que no te las da el aire para buscar las posturas más raras jamás imaginadas. Ya me estaba relamiendo en las imágenes de envidia que les provocaría cuando.

    La segunda y la tercera vez, descubrí que no era lo que me había pensado. No era lo que llaman un ave. 

   Pude observar que era la pata de un pollino, que una, dos y hasta tres veces, por ahora, metía la pata hasta el fondo. 

    ¡Vaya pez!; este es como el espada que una vez coge la corriente, se lanza aunque haya una piedra que se la rompa.

    El caso es que a las coces que habían lanzado aquel burro, la esquivé por centímetros. Cuando, por fín, salí, le miré de refilon. Si, era el mismo de siempre. 

    Me olvidé de él, eso que tenía focos apuntándole desde todos los ángulos. Tanto, tanto que parecía que se elevaba su estatura física. 

     Yo viéndole tan obcecado con los desbarres que lanzaba, me dije: la otra, la moral, la tiene por los suelos. Aunque le eleven y le lleven en andas, los paniaguados.

     Pasan tantas cosas, por encima la tierra que un pez como yo, no deja de sorprenderse nunca

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