Acabamos de hacer el amor. Ella me dice que baje a recoger un pedido que habíamos realizado para esta ora, más o menos. Creo que me lo ha dicho para que bajé, aunque voy un poco tarde.
Paso entre niñas que deben salir de alguna academia, mujeres arrastrando sus carros, casi vacíos de contenido, cargados de sus años.
Cruzo la mirada con alguien con el que compartí un tiempo y ahora, me sorprende verle vivo.
En la tienda de al lado de la pizzeria, está ella, convivimos durante mucho tiempo y a veces, noto sus tersuras sobre mi pecho, sus besos exploratorios. Nos cruzamo una mirada y el tiempo nos ha devuelto la sonrisa.
Cuando voy a entrar, alguien ha abierto la puerta, le dejo salir. Él sale con violencia, siempre le he producido un nerviosismo que a mi me ha parecido un poco postureo. Él me llevó a una entrevista de trabajo y me lo dieron a mí. Él cree que perdió, nunca hablamos para que hubiera podido decirle que aquello fue sólo dinero. En muchos trabajos todo es así.
Miro y me aparto a un lado, para evitar su mirada, para que no tenga la tentación de tropezar sobre mi dolorido hombro.
Allí, a lo lejos, veo a mi antiguo vecino. Nos unieron tantas cosas que sería difícil descoserlas en toda una vida y sin embargo, en una noche se rasgaron cada uno de los hilos. Nos reconocemos, nos saludamos sabiendo que la distancia evitará cualquier posibilidad de cruzar palabras o recuerdos de simpatías
Está en la entrada de un parque y parece que ya ha sido abuelo. Tiene que ser feliz, es lo que a cada uno nos ha tocado vivir. Me imagino que habla noches en que cada segundo sea un centímetro de un cuchillo que rasga de milímetro en centímetro las entrañas. Ahora, las sonrisas deben brotar de las debilidades de un niño que le necesita.
Cuando creo que ya ha salido, en esas décimas de segundo donde se me ha dibujado toda una juventud, voy a dar un paso hacía dentro, pero algo en el suelo, en dirección al reciente abuelo, llama mi atención. Podría ser una gran piedra, pero no la recuerdo nunca en ese sitio. Ya me dirijo a recoger el pedido y me digo, seguro que la han puesto para recordar la Edad Media, como si la nuestra fuera la de la juventud.
El dueño del local, es familiar el negocio, me mira con una amplia sonrisa. Me recuerda que siempre nos da un margen de media hora y que hasta ahora, nunca ha fallado. Me encojo de hombros, con una cierta humildad, pero reconociendo que explorar la felicidad con ella, es una experiencia que rejuvenece
Desde el ventanal, podemos ver ese parque, el otoño viste diferente cada uno de sus rincones. Me señala hacía lo que yo había creído una piedra. Me pregunta si se ha podido levantar ese pobre hombre que intentó incorporarse en un primer momento, pero que ahora, sigue allí, sin que nadie le ofrezca una mano.
Me quedo aquella forma, que ahora sí, toma forma humana. Me asustan las dos horas que me dice que lleva en el suelo.
Creo que tampoco me desviaré de mi camino. Ella espera y quizás hoy salgamos a
ver alguna película. Me comentó que le apetece ver una que tiene una belleza
profunda por la temática y porque han conseguido, a través de la fotografía,
que el mensaje de aquellas vidas jóvenes segadas por un instante, sea
mostrada con colores intensos, agresivos y atardeceres hacia un horizonte que en su fuga, se extasia en los cuerpos de bailadoras flamencas que cimbrean con sus besos en vientos que empujan las velas de la pasión
Al salir, comentamos algo de un proyecto de actividad común. Suena la puerta, me vuelvo y al percatarme de quien es, a la vez hago un cierto gesto de desdén hacía el indigente que de forma apresurada nos pide un vaso de agua y si le puede dejar unos manteles porque la persona allí tumbada parece estar al borde de la congelación.
Sus ropas están raídas, su calzado está comido por una manada de ratas, su olor tiene los colores deteriorados de la corrosión. Alcanza a elevar los ojos una milésima, en su humanidad destruye nuestras urgencias.
Sale ignorándonos, sus paseos van presurosos. Del vaso, caen gotas, de nuestros ojos caen derrotas. Ese ser humano, es eso. Nuestras prisas son cadenas. Cuando vemos llegar a la ambulancia y su lucha por insuflarle vida. No sabemos si sobreviviría.
René Robert, fotógrafo de gran prestigio, cayó,al suelo en una calle de Paris, quedó inconsciente durante más de dos horas; muchas personas pasaron a su alrededor. Tantas vidas, alguna iría a alguna exposición. Murió congelado.
Una foto de este tiempo
No hay comentarios:
Publicar un comentario