jueves, julio 15, 2021

Un trance especial

 Cuando la cebolla ha entrado en trance, a mi no me ha sorprendido en especial. Siempre había olido que algo diferente podía encerrar.

  Todo ha sido por un sistema de riego circular. Había conseguido que no se percatarán que aunque la cercanía parecía infinita; sin embargo, creyerán forma parte de una lejanía imposible de soslayar.

   El caso es que puse de por medio una gran tierra de patatas que quieras que no por su condición de bravas, siempre parece que impone una quemazón, sobre todo si siempre quieres cometer la primera para ver si está caliente, que aleja cualquier intento de proximidad.

    Tenía un cierto cuidado en la trayectoría de las corrientes para que nunca, se comunicará un grupo de cebollas, con el otro, al otro lado del mar de manzanas enterradas. La introducción de una segunda manguera ha dado al traste con mis loables intenciones.

    Dos mangueras, en contra de lo que se cree, no sirven para tapar dos agujeros y con eso, queda todo dicho. En medio de ese, pareciera, que ataque al unísono provoca que alguno que otro agujero subsidiario que si, podrías intentar cegar, pero claro, cuando estás, estás y no parece bien todo ese despliegue.

   El caso es que si por un lado, caía una de las hojas de la cebolla, por el otro, su prima hermana que había compartido tan diversas campos, como alguno de los miedos que subyacen, ya sea al frío, ya a las zapatillas zarapastrosas que igual golpean un bote, que una mata, en esta caso sería de nuesto bulbo subterráneo.

Emprendieron viaje nuestra dos viejas familiares; nunca debieran haberse encontrado porque al llevar el mismo recorrido se irían manteniendo a la misma distancia. Hetete aquí, que en uno de esos inoportunos agujeros aconteció que se abrió otro y por allí, ocurrío lo que podríamos tomar como una desgracia, para nosotros, aunque, también como una bendición para nuestras molestas. 

   Y si, tengo que corroborar que molestas, porque habiéndose dado cuenta de su proximidad. Aquí, fue un “sinvivir”, entraron en un estadio, que de Santa Teresa, dicen que era levitación, pero claro, de unas cebollas no debiéramos decir lo mismo. Pero es que es lo más próximo que hemos encontrado en nuestras definiciones. Se elevaban, giraban como al corro de, en este caso, la cebolla y de nuestra visión y su roce nos fueron surgiendo unas lágrimas que vaya usted a saber su porque pero que parecían de cocodrilo, claro plantivoro.

   Todo se acabó, cuando viendo a nuestro ilustre cocinero, Karlos coincidía en ese día, que explicaba esos sucesos inenarrables de encuentros tan efusivos como en su mayoría redondos. Él, también, se explayaba en indicar que le producía mucha ternura pero que de ella, había aprendido que no se vive, así  que narraba como con dos cuchillos; y con una actuación, digna de espadachines, como los tres mosqueteros, se podía hacer en el aire, unos cortes que, haciéndoles pequeños, más de lo habitual, me miró como sabiendo que no me esforzaba yo mucho, producían en el paladar una entrada de buquet que regado con un Chandonier, reflejaba el obtuso encuentro en la tierra, del dios guerrero, Marte con una de las sirenas que en alarde de amor se había desasido del palo y había sido llevaba a la cueva por uno de los marinos de Ulises. Al cíclope, aquello de chupar la pata ya le pareció bien, pero el marinero tuvo un sentido histórico para mantener ese amor universal de un dios y una sirena y se sacrificó y en el último momento, se dio la vuelta y fue la oveja la que pudo escapar y nuestro marino, sin nombre, pasó a la historia por haber propiciado aquel deifico matrimonio.

   Aquí, me quedo encebollando la partida de quien leído esto, no quisiera volver

   

No hay comentarios:

Siameses y mercader

Siameses y mercader
Zaida, Fernando y