Dejé de envíarlas, ahora las juego. Disfruto del reparto, aunque menos en un día tan aciago como hoy, también ayer, descubres la efímera firmeza del azar, ya sea el victorioso o el derrotista.
Antes de salir al huerto de mis entretelas y pesadillas, oía una carta, que ya no se leen, si, que llaman podcast: deesonosehabla.com.; de esa escucha, una pregunta y como el asteroide que se acerca a la tierra a 29.000 km. por hora, la milésima que comprendes la respuesta; muros de papel que creen mundos.
Dos doctoras de atención primaria en Madrid que cuentan su día a día, contemplando la destrucción de la sanidad pública madrileña. ¿Después de 25 años no preguntes si no comprendes ese deterioro a alguien que ha votado a quien en su carnet de identidad pone: privatizo porque es más eficaz?
Repiten. una y mil veces, el tener el huerto limpio. Regarlo es una necesidad en nuestra España continental, de veranos abrasadores. Cumplir con eso, no debiera tener un ciclo de más de 3 días.
No tantas veces, porque ya hiciste lo esencial, que te llevó más tiempo del que te habías planteado; ves plantas que se enredan, otras que se ponen en nuestro "hombro con hombro", succionador, y te dices esto necesita una limpieza de todas esas hojas, cuasi parasitarias.
Hoy, lo he hecho, he escuchado hasta el final el podcast. Tantas medidas como añadirte pacientes, que se enroscan sobre tu ánimo para sentir que no les estás dando lo que necesitan. Cruel, además, que te enfrenten con ellas, porque tu eres el que de forma directa les atiendes, mientras desde una cristalera, podría ser de un rascacielos de 80 pisos, alguien trata de crear la enésima, monísima publicidad de una sanidad privada pulcra, indoloro y cercana. ¿Que hierbas treparon sobre las voluntades de las personas para que estas, cíclicamente pauperizadas o robadas sigan entregándose ante esos mecanismos perversos de reducción de plantillas y recursos?
Al llegar al huerto, su amplitud ha succionado enseguida mi atención y alrededor de los productos plantados y su precaria valla, surge detrás del muro, en su parte final, un bosque de cuatro, como mucho cinco árboles que a lo sumo podrían desarrollarse de una forma adecuada, junto con otros 100 tallos, ya crecidos, convertidos en troncos con ramas vencidas por todas haberse sometido ante la acción de alguno de los más crecidos en su momento.
Se les fue dando recursos públicos, al principio a lo que parecían muchas empresas, luego, ya de forma descarada a unas cuantas menos, que eran generosas en sus donaciones, hablando de una mejor optimización de los recursos y una mayor atención al cliente. Dejó de llamarse paciente.
Fue así, muchas familias afortunadas, sólo miraron la resolución de sus inmediatos problemas; se echaron en manos de esos conglomerados privados, para vuelos cortos, y fue la señal, en forma de datos, que necesitaban para no tener límites en su apoyo de las ganancias empresariales, su reducción de recursos para lo público y su publicidad, siempre sus impacables publireportajes que anulaban la irracionalidad de apoyar a quien te encarece la factura del médico, como podría ser de la luz o cualquier otro recurso natural.
Cuando creía que casí se había secado un antiguo cauce, ya sin su uso primigenio pero si con muchas filtraciones que le hacen un manantial de posibles infecciones. Vuelves a mirar y contemplas como incluso en los sitios donde creías que había conseguido sellar el paso de la poderosa agua. Esas empresas tienen capacidad de penetración. Puedes aducir, en un instituto, oye no es lógico que una empresa privada haga parte de nuestro trabajo y además haya penetrado en ese espacio. Lo puedes proclamar y aseverar. Puedes defenderlo mil veces, pero como esa pequeña humedad que rezuma victoriosa por haber encontrado ese pequeño paso. La empresa, esos liberales emprendedores, que necesita chupar de lo público. volverá a sonreir, porque siempre puede haber un pequeño agujerito que ellos se encargarán de agrandar.
Dos doctoras, poniéndonos de frente a nuestras pequeñas derrotas.
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