El trono, llegado el momento, puedo ser yo. Voy por el campo, le digo, eh, creyendo haberle reconocido, y por respuesta, recibo un repentino movimiento de cabeza, con una especie de rebuzno y, me digo, le digo: ya me muevo. No está uno para embestidas, reflexiono.
Pero el tronao, tronao es el que se me ha subido al barco. Llevaba un tiempo, diciendo: popa, borda, babor, estribor y claro, la navegación a vela, en solitario, es lo que tiene; pues eso, sus momentos de flaqueza. El caso que cuando me abordo, casi, añadiría, me empitonó, yo, en forma de capotazo, me aparte y me eche a un lado. La pandemia nos ha enseñado ese arte, cuando alguien parece que al hablar quisiera topar contigo, tú buscas meterte en el callejón, aunque sea saltando.
Mira que estoy avisado, pero le he subido a bordo, poniéndole las cosas claras, un saludo Jesús Cintora; él, el tronao, asintió pero claro a los dos minutos, es lo que tiene su condición. El catavientos indicaba que estábamos en un "través", con mis años de experiencia, creía yo, pues he empezado a abrir vela, hasta el punto que he sentido que la vela daba lo mejor de sí. Eso ha sido por mi parte, porque mi, vamos a llamar "grumete" ha empezado su caída, primero en mi estima. Hablaba, lo hacía de una forma que yo creo haber coincidido con él, ensayada de la "commedia dell'arte", me hubiera hecho gracia porque su forma de hablar, torrencial, impostada, ha pasado a ser demencial cuando se me ha ocurrido comentarle que íbamos en el "través" antes dicho.
Ha dicho: ya, y eso hubiera valudo para tener mi cierto aprecio aunque no hubiera aportado nada a lo dicho por mi. Pero entonces, añadiéndome otra cara a su repertorio ha empezado a soltar, claro vamos a través del mar, con un oleaje encrespado, en un atardecer donde parece que el sol ya busca su descanso.
Me he quedado mirándole, por suerte, no me busqué el agua para contemplar mi efigie, eso era en lo que me había convertido, lo soltado por "el tronao". Por suerte durante un buen rato he debido realizar una serie de maniobras que me ha tenido entretenido y me ha hecho sentir que iba sólo, aunque veía que el polizonte que me había montado en la embarcación, no paraba de hablar, cambiando su cara, como si fueran sus opiniones, como un carrusel. Ha habido un momento que, para conectar, con. El interfecto, por si eso aún se podía conseguir, le he dicho que "la ceñida" que llevábamos nos llevaría directos al puerto. Hostias, y perdón por este lenguaje, verle oír esa palabra y ponerse a coger su camiseta y hacerle nudos por diferentes puntos para que estuviera más ajustada. Todo eso razonándolo, verborreico, como ensayado delante de un espejo. Cuando se ha asomado por la borda, para ver si iba lo suficientemente ceñida, ha tenido la mala suerte que su culo topara con mi empeine. Por ahí ha caído. Seguro que "el tronao", ya está en otra nave. Es el signo de los tiempos, aguantar a mamarrachos que triunfan por persistencia, agotamiento de su interlocutor y porque a su dignidad, la ataron a un ancla
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