sábado, julio 10, 2021

Arde el corazón

 Semana llena de viajes. A los lugares a los que pertenezco. En los que encontrar reuniones con las realidades que me hacen reflexionar.

 Había oído "Arde Missisipi", pero nunca la había visto. Los hechos que narra ocurrieron en la década de los 60s en los Estados Unidos de América, pero la película fue dirigida por Alan Parker en 1988. Cincuenta años de los hechos y treinta de la narración. Pleno de vigencia, aún en nuestros días. Decía, no hace mucho tiempo, cualquier noticiario que ese pais es la mayor democracia del mundo.

  Lo mencionan en la película, sucede en nuestros días; estados de aquel país, sobre todo los controlados por el partido republicano, que ponen dificultades para que colectivos de gente que no les interesa, no estén inscritos para poder votar, condición necesaria para poder llevarlo a cabo

  Estamos en un pais que esa posibilidad no existe. Todo el mundo puede realizar su elección; mejor no entrar en las diversas circunstancias que rodean ese acto. 

  Terminado el libro "Niadela" de Beatriz Montañez en la misma semana que asisto a la UNIClimática, de LaMarea, que ha impartido un curso donde se analizan diversas perspectivas de ser valiente; no sólo para renunciar a un tiempo de éxito, como hace nuestra escritora, sino además para tomar conciencia de los cambios necesarios para hacer nuestro mundo más habitable, .me embarco en la lectura de "El planeta inhóspito" de David Wallace Wells.

     Del conocimiento del herrerillo al análisis de la repetición de desastre naturales con una periodicidad que antes la había tenido milenial.

     De la zorra que acude a los cada vez, más cercanos alimentos proporcionados por aquella risueña joven que con Wyoming, destensaba los nudos de corbata que había tenido durante nuestros días laborales, a la inexorabilidad de los cambios por el mero hecho de nuestros hechos y nuestras repeticiones.

   Me imagino que los cinco años pasados en aquel lugar; aunque sólo se nos narra uno, se extrae un reconocimientos de lo que le rodea el primero año, que la hace responder, a veces, sin el control por el desconocimiento de lo no sentido con anterioridad.

   En sus últimas páginas, hace un reconocimiento superficial, pasajero, casi difuminado de una cierta preparación profesional para la tarea de escritora. La primera, en la universidad. Ahí vuelvo a conectar con el tema primero; el narrador que abandona lo inmediato, como puede ser un texto diario, más o menos, ejecutado con una cierta torpeza pero que transmite presencia. O convertirte en el personaje de Alan Moorer, Robert Flack para abandonar el escaparate y pasar a mostrar la vigencia del mensaje de la película de Alan Parker.

   Donde está la estructura de un texto leído con la mirada fija en el vacío para que un personaje de aquel  momento pueda repetir la palabra “Libertad”,  cuando es a quien tiene peores condiciones a los que están encerrando con sus actos segregadores.

   Existen esas miradas, confiadas, entregadas en los seres que hoy escuchan unos razonamientos tan asilvestrados como: “el otro con el que me acabo de reunir, está maquinando tropelías con los que odian nuestro país para destruirlo”,  como para que en nombre de la dignidad de mi cerebro ponga en cuestión si existe una película como “El Padrino” en la cual mis fidelidades tienen que ir más allá de los atropellos que quien lo dice, está cometiendo en mi nombre.

   Me atuso las palabras, en vez de mis ausentes pelos, para encontrarlas expuestas en medio de los recorridos imaginados por Karla Kracht y Andrés Beladiez.

Poemas audiovisuales de personajes que siguen líneas sin salidas y enfocados para sentirse patrones de unos actos que les van cercando.

Mágicos instantes, sin la consistencia del ser, pero que como el espectador de un espectáculo que se siente dios por esos diez segundos, construyes los cimientos para un odio que te ha sido inducido.

  En la danza, cargas todo ese peso. Porque te hablaron del otro por odiar,  por diferente, por feo, que atenta a algo a lo que te dicen que perteneces aunque no lo hayas experimentado nunca en comunión con el apóstol que te ha investido como ángel exterminador. Como tal te preparas para ser parte de un coro de complicidades, menos cuando has cometido el crimen. Tras lo cual recorres, buscas, remueves cada esquina del escenario, pero estás tú sólo.

Y ante ti, está el cadáver. Si, de un ser humano. Cuando apareció, la masa te alentó, las imprecaciones te hicieron olvidar los latidos, los látigos te marcaron el ritmo para que impartieras esa divina justicia, de la cual tu eras el ejecutor.

   Odias, con la virulencia del personaje de Edward Norton, Dereck Vinyard en “American History X”. ¿Qué necesitas?.

   Por el patio, pueden andar tus inseguridades, como las del muchacho que va formando su hacerse humano desde el encuentro con los otros.

   Se hace infinito el tiempo que necesitarás para que comprendas que la televisión con paradisiacas libertades, se te apague por ser tu quien vivas el choque con sus intereses. 

   Se hace eterno el comprender que el odio impuesto como perteneciente a los otros, es el que tiene quien ejecuta a la justicia, desde sus magistratura de creencias; es el de quien coge tu dinero y corre, aunque en su maillot, por detrás cuando le veas huyendo veas la bandera patria; pero se te esconda la de delante, la pirata que nunca les falla.

  Un día, cuando este texto que soñó ser libro, te resulte inconexo, quizás en la pantalla veas a un papagayo, vestido de blanco que te dice: “es que me subí al monte y allí les encontré a todos:

-          A la estructura que debiera dar continuidad a un hilo que se lía por los laberintos.

-          A la premura por saludar cada día a los desconocidos lectores, aunque alguno pudiera estar preparando un glosario de ofensas.

-          Al sueño de ser, un segundo, una melodía en una canción de Bob Dylan que te transporte a visiones o a decirla a aquella realidad de tan corto tiempo: Nunca terminamos de sacionarnos

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