Te salen al encuentro unos cuantos ciervos. No, no los había visto antes. Creo que van a pasar la noche acampados por Jumilla. Festival para liberarnos con las cuerdas sobre las que nos montamos para sacudir nuestra mente, herrada con martillos pilones que repiten estupideces hasta la extenuación.
A mi que estos animales anden por aquí, debo reconocer, me importa un pimiento. Pero claro, toda una fila de ellos, te empiezan a preocupar. ¿Serán capaces de saltarse la valla?
Me dicen que no pero que quieres que te diga. Tampoco se debería repetir tonterías que te escriben y ahí andas; soltándolas en una retahíla como una costumbre de un palillo después de comerte los marrones que antes denunciabas.
Mal se deben ver, en su repetidas bocachancladas, para salir a tomar la pantalla y hacerse los ofendidos por atacar a una industria de la comunidad a la que ellos mismos en sus informes populacheros, que no se leen, han tratado de avisar que los consumos cárnicos deberán reducirse. Al ciervo le veo venir y pongo una cuerda en su camino, por si decide tomar otra senda.
A nuestros políticos, los único que he aprendido es a evitarles o quitar la voz y hablar por ellos. David Wallace Wells, incluso me la quita y se mete en la pantalla, por el botón que había dejado a medio apretar.
El otro, embobado, ¿Quién se atreve a quitarle protagonista? Cuando comprende el cúmulo de datos de su libro. Le coge primero por detrás, vamos como Chiellini a Jordi Alba. Luego le trata de abrazar y alzar. Nuestro hombre, que conoce esas "mierdas", le da un manotazo y se dispone a pegar un pepinazo. No estamos para sandeces, le asevera David, tu primo, tu cuñado pueden comer ciervos, pero leches, tomáis más de lo necesitáis. Para regalárselo a quien sabéis que os llevaría a un tablao; si, de eso.
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