jueves, julio 22, 2021

Mi amor, un acierto la cazadora de cuero roja, y he visto muy buen pelo

 Sólo el Boris Eizaguirre, dicharachero de "la ventana" podía haber sacado una sonrisa a Gemma  Nierga en uno de los días profesionales más difíciles para ella; había leido el comunicado ante el asesinato de Ernest Lluch y no se había conformado con ser una marioneta con un texto escrito por el gobernante de turno. 

  Cuando en uno de mis viajes exploratorios, realizados a lo largo de mi vida, paré en el desierto de Marruecos fuí testigo de uno de los descubrimientos más extraordinarios a los que he asistido. Algunos otros momentos, fueron cuando descubrí que la cebolla se puede caramelizar, pero esto último debe ser mantenido en un discreto segundo plano. Haber empezado ahora a preparar batidos de avena por un lado, mezclando algunos productos más dulces me ha supuesto dar un pequeño paso por el estudio, pero grandes energías por entre los pinos y moscas perreras.

  El caso es que entrando en lo que parecía una pequeña concavidad, dando alguno de los zarpazos que mis pocas fuerzas pueden dar. en una de esas perdí mis gafas. Algo que, al contrario que mi compi Rafi que ha luchado por una reeducación del sentido de la vista, a mi me aboco a un aturdimiento y un desespero que sólo la edad ha amortiguado para que fuera un hundimiento total.

Empecé a excavar hacía dentro porque sentía que por ahí se habían colado y no, que se hubieran quedado por los laterales de esa entrada, de lo que fui descubriendo era una cueva inmensa.

 El ir sin gafas en la oscuridad me hizo concentrarme en la importancia del tacto y de la escucha.

  Suelo llevar conmigo un pequeño punzón en estos viajes, no en los del metro de mi ciudad, por principio no quiero agredir a cualquiera que me regañe por muy injustas que sus palabras sean. Mi cuerpo por efecto de ese instrumento y por la pericia de mi mano para ir palpando las debilidades que había en la pared, iba entrando, 2 centímetros, 20 centímetros, al llegar a los 69, casi exhausto, creyendo que ya no podría aguantar más, tuve una explosión de luz, aire, arpas y sabores. El cielo se había abierto y yo había entrado en éxtasis. Vi que la cueva me había llevado a una cavidad amplísima, con estalagmitas y estalactitas, que no muy lejos un agua me esperaba para que me introdujera como el amante descubre los jugos que sacian su sed. No lo dude, aún bajo los efectos de esa primera explosión de mis sentidos, por su plenitud, busqué introducirme en aquellos líquidos para que alargarán mi viaje por los eternos instantes de plenitud.

  Las aguas me correspondían y yo luchaba por leer todos sus pliegues, cuando empezaba una nueva ola, como podía ir disfrutándola desde su cresta, como descenderla para que en una comunión con aquel líquido, que parecía incoloro, inodoro e insípido, pasarán aquellos jugos a ser alimentos que justifican un viaje que ya permanece cíclico en la memoria.

   Permanece aquel día en mi memoria, como los sucesivos días, que se repitieron, ya con las gafas, a las que volví a dar el papel de necesarias cuando aquel primer día, en aquella cueva, comprendí algo que me sirvió para la vida. Puede haber bocazas, mimetizados en la multitud que en esos momentos te quieran poner el foco de sus gafas en la repetición de tics que no se atreverían a decir en privado.

  Mis gafas me daban alguna otra posibilidad, en otras lecturas de los aconteceres; sus antojeras de papagayo repetir de lo escuchado, les podrá dar éxito de audiencia, pero insignificancia de ser

 De aquel viaje volví exhausto. Las lupas, azules me llamaron la atención cuando aquella primera vez, salí con los jugos en la boca, compartiéndolo con aquel desierto; de sus arenas parecieron deslizarse en espasmos que fecundaban, en lo imposible. 

Gemma, aquella que era mi Gemma de las tardes, cuando habló desde la exploración de su interior, buscó fecundar esperanzas, en medio del más terrorífico espanto de una sinrazón

   

No hay comentarios:

Siameses y mercader

Siameses y mercader
Zaida, Fernando y