Cuando acudo a echar agua en cada uno de los surcos de un demasiado huerto, tengo la suerte que este elemento no falta y que después de un mes, puedo coger las caderas de las gomas y trasladarlas al punto exacto donde el equilibrio es el ideal y la inclinación, lo suficiente. Esos días pueden ser laboriosos y llevarte a momentos de zozobra y hundimiento, pero, al contrario que al Titanic, tendrás la suerte de que el agua no te sumerja más allá de la punta de la nariz, si encima te has dado un tropezón.
Pero existen los días húmedos, esos que te hacen recordar las bellas imágenes de las aguas recorriendo cada una de las tomateras, o de la planta del pimiento, que es la primera generosa planta que ha empezado a brotar y a crecer con una generosidad inusitada. Todo fluyendo, acudiendo en borbotones a tus sienes, te da una placidez de la que corre el peligro que te hagas adicto.
Dos días después, y cuando el Sol, es un martillo que te va modelando como en una figura de latón, hasta dejarte dolorido, extenuado y deseando que hubiera muchos otros que le distrajeran, aunque tiene para todos, contemplas que con esas aguas, se alimentaron unas hierbas que tú no deseabas. ¡Cuántas veces pasa que se aprovechen de tu esfuerzo!.
El surco, aún no te permite que campes encima de él, porque el espacio elegido, tiene noches húmedas, que no son las tuyas. Aún buscas la manera de aproximarte, arrodillarte, no por pedir, no por dar, para ir quitando algunas de las nacientes plantas trepadoras, succionadoras o invasoras que prometen quitar parte de los nutrientes que necesita tu segura servidora; de ti, su seguro servidor. Si no lo has hecho en demasía, pobres patatas que fueron abandonadas en los momentos cruciales y que, por ello, permanecen colonizadas, pero recordándote que estaba en tus manos haberlas ofrecido otra vida, otras oportunidades. Casi te sientes satisfecho de ese día.
El día anterior, a otro riego, ves que la naturaleza, dadivosa, ha seguido dando a la luz, desde sus raíces, nuevos tallos que vuelven a buscar caminos que, ahora si, con alguna herramienta que en su momento te hizo sentir más vergüenza que ser poseedor de la máquina exacta que te soluciona la limpieza que veías sería incompleta. Cuando cumples esa tarea, te sientes un poco pintor porque preparas un lienzo para que se plasme toda la plenitud de lo que está por venir. Si, te pareció, en algún momento que aquello no tenía la mayor importancia cuando la paleta empieza a pintar los verdes de los pimientos, los negros de unos pimientos pequeñitos pero sabrosos; los blancos de los que intuyes, saldrán un rojo sabroso y desconocido durante los otros 11 meses del año, pero que sin embargo, hasta que llega su explosión te pareciera que tiene más poder esa pastosa celosía que ha enclaustrado a los corazones que explosionan en las bocas sedientas de sabores.
Mañana te esperan
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