Cuándo Ulyses salió de la isla habitada por los caníbales Cíclopes, embarcado en su nave desplegadas las velas para navegar en empopada, por un rato sintió que podía descansar de la persistencia y crueldad de aquellos gigantes. Cuando cogiendo el timón vio aquellas nubes de fin del mundo, sabía que en algun momento debería replegar las velas para que los vientos portantes hiciera menos efecto, pero tenía, sobretodo, excelente marinería y unos conocimientos suficientes para que aquella tempestad, incluso le ayudará a llegar a un nuevo Ítaca.
Los vientos eran huracanados, habiéndose alimentado de árboles, vallas y otros objetos que los iban escupiendo con ira, con directas amenazas a la tripulación que se cubrían con la pericia de sus trajes de osadía.
Esperaba que todo amainara, que la mitología de las grandes encalmadas, arribara, por tiempo, pero atinó a ver lo que parecía una isla, aunque en realidad era un conjunto de plásticos que las corrientes habían juntado para crear un atolón, que como los que sufrieron los bombardeos nucleares de los franceses, aquí sufren las explosiones de comodidad y codicia de una sociedad dirigida por las prisas y los servilismos que eran alimentados por empresas hechas "ad hoc" para que en el poco tiempo que tuviera el comprador, tuviera que ir a una gran superficie donde su tiempo era oro, aunque sus gastos y calidades, en un caso subían y en el otro baja la del comprador e incluso la de quien se veía obligado a confiar en esos poderosos intermediarios.
Ulyses gritó a las sirenas que trataban de convencerle de las bondades de aquellos tiempos; no por ellas, era su plena consciencia de un Sísifo trabajo. Alguien de entre su tripulación había hecho amago de quedarse en alguno de los puertos de vuelta, pero con los que se quedaba, se sentía unido
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