Recorrer una ciudad en zapatillas, llevadas como chanclas. Guantes de pies con agujeros en los dedos y talones que no aprisionen los que estaban acostumbrados a no estar encerrados.
Libres sus cuerpos para pasear por una ciudad que se mueve como una autómata: Trabajar, pasear, comprar.
Encima de las zapatillas, las miradas migrantes, escrutadoras entre edificios polifemos, naturaleza controlada para decorar y coches nerviosos e insaciables, que intentan encontrar sendas de esperanzas, para olvidar la tierra explotada, sin horizontes, que le había visto nacer.
Son dos, no van en paralelo, como en las cientos de horas compartidas; uno, camina detrás de un compañero, amigo; desatados de un mar que les enseño sus enormes fauces, siempre hambrientas, recorren la ciudad como un día atravesaron los desiertos con cuchillos de fuegos, y almas ennegrecidas por el sucio dinero, a veces, de la codicia, otras, de la pobreza que enturbia los ojos para no encontrar al otro en su misma mesa.
Ellos dos, parecen caminar vencidos, también aliviados por no ser pasto para bestias que les someten para demostrar su fiereza. En su larga travesía, las avistaron durante muchos momentos. Estas les llamaban, les silbaban, les cantaban, les atrapaban, vendían, explotaban como si no fueran nadie, como si nunca hubieran de existir más que para ser vandalizados, deshumanizados
Alguien se cruza entre sus pasos, va a practicar en otro idioma; no les ve más que la espalda y sabe que quizás, a su interlocutora y él, estos seres les mostrarían las fonéticas de sus dolores e imprecaciones lanzadas para encontrar una mirada que les sonriera, sin cálculos que les restará dignidad.
Sus nombres están ahí; su responsabilidad, la que adquirieron ante sus familiares para darles recursos aunque sólo sea para trabajar en una nave de logística que les tengan para abaratar costes, porque sus empleadores, con los ojos puestos en las tablas de la ley de un Sinai, que ahora se llama Bolsa, saben que estuvieron cayendo a las más profundas simas abisales y sacándoles, les tumban en una playa para que con sus bocanas, tengan la energía que es descomunal, y les alivien gastos para que los ricos sean más ricos.
Una nave espacial recorre, quizás en minutos, lo que fue su odisea de años. Llegan, y son seres de luz, nunca enemigos de Isletas, colonias, ni lavapies. Dejad de concederles limosnas porque son nosotros y quienes les miráis como enemigos, comprended de una vez por todas, quienes si lo son y luchad para que la libertad de elección de centro, no sea de los privilegiados; la sanidad, privatizada con aportaciones públicas, no atienda con ellas para ralentizar al otro; que las pensiones, no sean puesta en mano de apostadores que nos digan que su mano jugada, les fue mal y tengamos que volver a pagar nosotros.
Es una lección su viaje, de la que extraer más piedras que predigan pasados y futuros que las de martes; más sendas que nos den soluciones de nuestros inmediatos.
Les sigo viendo, alto, fuertes, poderosos, seres humanos en transición, como nosotros, desde nuestras prisas ciegas a darles valor, aunque este, de alguna forma, nos falte, por tanto callar y por tanto elaborar excusas, sin valor.
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