Dueños de nuestro futuro, sin delegaciones
En cierta manera el pánico podía crecer cuando el fuego prendía en un gran pino, que violencia, incluso en el mismísimo Marzo de un cambio climático imparable (convénzase señor Lambán, lo extremo es la consecuencia. Pero no se crea a salvo, permanecer en la ignorancia es uno de ellos).
Parece ser, que todo se irá a garete pero todas están allí. Es la hora de la siesta, de la comida, de la charla por una mañana de un lado para otro. Sube y sube el fuego; Alfredo habla de las diferentes pequeñas cadenas montañosas que rodean el pueblo, todas llenas de pino, todas buscando el Alto Tajo que se nos asoma enseguida, a veces inmenso, precioso, sublime. Otras, poderoso, lanzando rayos como si su enojo fuera a durar hasta una eternidad en la que no pasa el tiempo.
Existen dudas, ya se nos escapó, cerca la Navazuela, los pinos se juntan más y la cuesta se aleja del camino. Nos dirige Fernando, controla nuestra ansia para que llegue a ser eficaz.
Inmenso terreno, dicen de la España vaciada, pero es más importante que nos encontremos las vecinas-os. Estamos en un lugar para nuestro tiempo de descanso, pero es mucho más, el de nuestras raíces, el de nuestras ilusiones productivas para unas huertas que parecen haber sido abandonadas, pero no, se fueron sus pobladores que nacieron y sembraron los futuros aquí, porque ahí lejos, todo parecía que se resolvería en la ciudad.
¿Tienen algo que aportar los corzos, los ciervos o jabalíes?. No digamos esas cabras, cada vez más montesas. Una fila de coches, grandes, pareciera que necesarios para una prisa de trabajos inmediatos e imprescindibles, se paran ante una madre osa, que como nuestras madres, se volvían tarumbas para colocarnos en la mesa de comida. Sin embargo, parecieran extasiados, viendo un espectacular momento de vida.
Nos rebelamos porque nos pueden destruir unos meses de trabajo. Un cierto miedo nos invade por estos nuestros espacios pensando en el daño causado sobre los coches que aún no terminan de escuchar este nuevo ritmo de vida, el de aquí,
La naturaleza
Las corzas y
ciervas que cruzan con su prole, sí o sí, debemos empezar a tomarlas como una
aviso para otro ritmo, en el cual, nosotros, también nos somos para crecer el espacio sentido
Ya, la generación que vuelve, algunos llegaron a estar en su adolescencia, no más, descubren sus alrededores, pero ya sin límites.
Sus puestos de trabajo y su juventud la han recorrido entre la ciudad y la gran Urbe, lugares de espejos que agrandan o crean mágicas realidades.
El humo que aparecía en algun lugar inesperado, era el aviso para que con la ayuda de un viento que cambió, nos llevará a apagar cualquier reinicio. Se pudo
Un día, no se hizo el año pasado, pudiera necesitar el encuentro de toda la población para que los caminos llenos de árboles secos, fueran apartados.
Es tan inmensa la zona verde que las cuadrillas que están aliviando la maleza, debieran ser agrandadas pero también apoyadas por los encuentros necesarios.
Humo como necesidad de confluencias.
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