Al subir en aquel desvencijado autobus, sintio una punzada en su corazón. Lo había comprado con dinero, pero sólo tenía aquella antigualla amarilla. Cálculo que sería de los años 60 ó 70 del anterior siglo. Esas formas redondeadas, con forma de supositorio había sido reparada durante un tiempo por aquellos seres sin dueño.
Nadie les podía negar el derecho a conducirlos cuando habían conseguido que unas ruedas encajarán en sus ejes y que estos le devolverian el favor jugando, de forma fantasiosa con sus dos ruedas como si fueran dos zapatos y si, bailaron el swing. Recorrer aquella ciudad, que sólo 3 o como mucho 5 años habían sido contemplada como un viaje a las obscuridades y que ahora, si te descuidabas eras masajeados por autovias dentro de la ciudad. Por esqueleto modernistas que sustituían a los raidos intentos de una nueva modernidad que se habían convertido en mortecina bajada a los infiernos que se anclaba en la conciencia de lo que se es, aunque el juego al póker de la economia comunitaria le había dado ventaja para jugar con cartas marcadas, no de amor, si no te trampas en las que la caída al pozo era el estadio natural desde la que verías la pantalla de la realidad sólo iluminada para su salida de la profundidad, hacía la luz definidora
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