Un señor con falda me habla. Yo, lanzado, he cogido mi coche y apremiándole le he dicho a la luna. Aquí me hallo, loco de contento. El señor de la esquina, contento, me dice: ¡Qué alivio! Ya no tengo que embargarme de por vida con mi trabajo y sobre todo de mi vida. Él otro me dice: oye tú que tengo tiempo libre, que en mi trabajo se me respeta y que los de arriba nos nos minimizan con salarios estratosféricos.
De por medio, no hemos dejado que llegaron agrimensores para que nos diseñarán líneas que nos encerraran como Lars Con Trier en su pelicula Manderlay y sus Dogmas sin músicas auxiliares que nos guíen y despisten.
¡Ey va el Ebro, que veo allí!
¿Para que limitarles?
Otra vez el de las faldas. ¡Madre miaaaa! El desánimo me embarga.
¡Qué labia! Patria, verdad, grandes valores.
¡Vaya hombre, nadie se hace eco de ello!
Me reconoce, trata de llamarme la atención. La tierra le transporta a la cara oculta de la luna.
Allí, ¿serán unos lunáticos él y sus lameculos de grandes carteles?
¿Aquí o ambos lados?
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