A ese nogal le han cortado una exuberante rama. Atado en desequilibrio en un pequeño cauce, durante años sembró de nueces los paladares de diferentes casas.
Rodeado de chopos, no encuentra el sol en muchos momentos del día. Allí, por años, alguien cultivaba un huerto, bañados sus tomates por agua incansable.
No muy lejos, con sus páginas descritas, Svetlana Alexievich coge los cientos de nombres y como una diosa les va dando sentimientos, poros, ojos para entender porque quizás, Alina o Carmén o Luisa no pueden abandonar una tierra aunque el veneno de una nuclear haya contaminado los aires que respiran y los productos que riegan con lágrimas.
Impresiona conocer el campo de batalla alrededor de Moscu, con los abrazos de una enfermera que se acerca al niño que quiere vivir tres segundos más, con el abrazo del corazón de esas manos que no encuentran la sangre que le alargue su postrer suspiro. Leningrado a través de las botas bañadas en sangre y embutidas en hielo que se convierten en parte de las piernas de un niño al que le duele, hasta pedir rascársela, la que ha pérdido. No muy lejos un auxiliar tanquista entra por la pequeña bocana por si su camarada ha conservado un hálito de sueños que le retenga en este mundo.
Málditas guerras, málditas grandes causas comercializadas por sus vendedores sin escrúpulos
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