Versos escritos por cubos que se colocan sin ton ni son, pero al ser verdes, podrán pasar por unas palabras encontradas entre las hojarascas de un otoño que viste chaquetas de rayas y bombines malabaristas que columpian las neuronas.
A un lado, en un asiento engrasado con árboles eternos al cielo, tapizado con compromisos con el trabajador, me observa Buenaventura Durruti; duda de mí, él sólo reposa pero para escalar entre ramas, hojas, piñas y ardillas; yo llego, y me digo bonito sillón, si no lo tuviera con mi, "a lo mejor", hubiera cambiado el mundo, pero como el clown Hugo, me ha dicho existen cientos de aviones de papel que se deben lanzar para que uno, aunque sea con los chasquillos de la lengua, se engachen.
Siempre, tuve excusas para no encontrar a "solidarios" y eso que existen, que están por ahí, en los nuevos espacios que intentan que sus ésporas se reproduzcan en otras Trenzas o que Sergios ofrezcan sus luces para sacar de los cajones escritos que nos pensamos mejor en cavernas a las que no dan el calor de los miedos y de las emociones y de los encuentros imprevistos.
Y les necesito, porque sé que nunca podré renunciar a aspirar a que alguien óscuro, me dé alguna esperanza, en urnas taimadas y con trepadores que sabes que ensuciarán enseguida "con lenguas de madera"
Mas sé que sólo cambiariamos a un mundo a mejor, si tuvieramos conciencia de que lo que se hace de forma ancestral, de ayuda mutúa, están en calles, casi solitarios; parecieran vencidos los encuentros, pero ellos están. Tienen derecho a dudar como yo a encontrarles en estrellas con las que bajar de los cielos inciertos a los actos del procomún con tazas de tés que no sometan a sus recolectores.
Tal día como hoy murió Buenaventura, seres necesarios para no tener cadenas impuestas por los poderes, pero ante todo, para decirnos que, al meno, nos despojemos de las propias, con nuestros miedos, comodidades y días.
Durruti y tantos otros maravillosos seres que tejen encuentros en actos pero también en libros con autores que aspiran los aromas de las casas que se asoman desde los balcones de Tánger para limpiar las alfombras, pero también para dar los buenos días a la vecina que riega los tiestos y para extasiarse con los contoneos de los cuerpos a los que se ve asido, sólo por segundos.
Editores de Javieres que narran actos de corazón que impulsan a mentes para ser de por vida consecuencia con su anarquismo, con compromiso en sus actos.
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