Hablo de lo que no sé, dice Baltasar.
Anda que yo, añade Florentino, pero eso da igual. No te preocupes.
Mira aquel manantial; el agua parece eterna, la sed insaciable y la tierra es horadada por el continuo transcurrir de la corriente que busca nuevas vías de escape. La lluvia y la ambición ayuda a llegar hasta el último poro de terreno. El nivel freático siempre está dispuesto a ser colmado.
Sólo necesitas la indiferencia en la que te sumerjas y el cálido abandono de quien "esto no va conmigo" que se pudra y se joda ese que no tiene ni pura idea de nuestras tradiciones.
Enfrente una Orca, dicen que tan bella y mostrada tan grácil, lo es también asesina.
A ti, porque, ¡es un manantial!, eso te importa un bledo. Además te han metido fuera de la gran pecera y te crees que es ella quien está dentro. Te ofrece una falsa seguridad que compartes y te hace estar ufano, junto con muchos otros de tu televisada libertad. Mientras, no muy lejos, Isa, te cuenta que lo que ves a través del cristal es la causa de tu desgracia.
A ella, por reflección, la ves junto a ti. Halaga tu oído y te hace odiar a los que ¡hostias! Si esto dentro!, a los que te apretujan.
Mientras ella, San Sebastián, al otro libre se descojona de tu credulidad. Se besa impunes con los mamarrachos, patea el cristal, risueña para ver como te agitas y echas la culpa al de al lado, prescrito como enemigo por su pluma que en su boca parece un arma
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