Tiene una grandísima disposición y una desconocimiento tan amplio como el cielo que contempla en una inmensa noche de verano.
La carretera lleva hacía las estrellas, pero los carros parecen marcharse a cada paso de aproximación.
Puenteareas, como pasodoble a tocar, se presenta inescrutable; muchos se sientan al lado de un pino para narrar la armonía de la noche. Neruda, recuerda las noches estrelladas; Poe, imagina los terrores, como el inconsciente que se acerca a la partitura por surge la magia. El poeta le recuerda que tiene el filo de una cuchilla que le puede cercenar la confianza para que surjan los monstruos que te abracen para absorberte.
Ante él, cada nota pareciera una ascensión, cada novedad es la piedra que aplastará a un Sísifo que creería en el poder de su persistencia y se encuentra con que la piedra se engrosa con sus persistencias.
Van Morrison corría las vallas para entrar en la mente de la gente; lo hacía ya a los veintidós, ya con la persistencia de los genios.
Desde otro balcón alguien le escucha y quiere ir por la playa, pasando las hojas de un Ulysses al que será difícil que vuelve y por ello, no lo desentrañara, aún así en aquellas arenas en las que se hundía, encontró la paciencia para recorrer las incontenibles areas de la partitura.
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