Se impacienta Julio, mientras mira el desastre en la televisión, se mueve con una cierta agitación dentro de su inmenso sofá. No oye los niños; algo harán, se contesta, mientras les ve agitados en el balcón.
Pidió pizza para todos y ya lleva un buen rato. Desde luego, no se lleva propina el repartidor y a la empresa le caerá un unlike como la copa de un pino. Enseguida vuelve a adentrarse en el desastre que produce la enésima caída de una torre que se lleva por delante un coche donde una pareja empezaba un rito por el que terminarían ensamblados ajenos a la previsible caída de los dioses.
Para, porque en ese momento había un primer plano de una viga dirigiéndose hacía el trasero del joven que es guiado hacía una cueva a la que ha humedecido con dedos y su lengua silente. Es la policía, los niños, ahora le miran con expectación, salivan y cuando le oyen soltar esa imprecación, vuelven a mirar su realidad, un coche parece querer imitar en otro turismo el acto que su padre ha dejado en "stand by".
La policía le confirma que no podrá llegar el repartidor con su pedido. Tiene prohibido el paso por esa calle. No existe ninguna posibilidad, le añade el agente ante un amago de ligera imprecación.
Se percata que los niños deben estar jugando con agua, porque ve como se retiran cuando las gotas les golpean.
Su primera acción será tomar el móvil y buscar a algunos de sus gurus. Tiene tanta confianza en ellos, que la película que, casi estudiaba, era para confirmar las previsiones de ellos.
Gente mala, haciendo que el orden se quebrantará por el egoísmo de unos pocos. Mientras existen los héroes ricos que donan todo sus recursos adquiridos como por "arte de birlibirloque" ajeno al esfuerzo a las compras que le hace la comunidad; seres altruistas, dignos de de nuestros mejores deseos por el esfuerzo que hacen para la pervivencia de la especie por encima de mediocridad que roba unas míseras zapatillas para abrigar sus pies descalzos y que las fuerzas del orden han puesto en su sitio, incluso televisando esa vuelta a lo normalización
Desde sus cuentas divinizadas, están explicando sobre lo que están viendo sus hijos; como siempre él las coloca en un púlpito que es como recibe sus indicaciones, en sumisión.
Los niños entran asustados, pero con la pizza. El repartidor, derrotado, sin el porcentaje de la empresa y la espléndida posible propina, la dejó en una plataforma y un dron divino, solucionó el caos de un padre que elimina en el mando, la orden anterior.
Su normalidad confirmada con un halos en el rayo que se cuela en un cielo embroncado
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