Cuando decidí unirme a los ganadores, obvié lo que había amado tanto tiempo para ser el nuevo descubridor que sería recordado por siglos.
Me olvidé que ese ser, ahora no tenía vida, no podía disfrutar de ese reconocimiento y podría haber muerto en lechos de traiciones.
Ahora era yo, quien sería nombrado 500 años después, intentaría vivir la dulzura del reconocimiento, que para entonces, no podría abrigarme.
Me presenté voluntario para este experimento de ser despreciado en vida, frotándome con las desgarradoras acacias del futuro esplendoroso, carne divinizada comida por las zorras hambrientas de lo inmediato.
Mi señora ha preparado todo para que yo sea el próximo influencer de éxito.
Aquel primer Pochi de Laura, Simplicius y otros payasos fueron los precursores de los años bovinos enfrente de la televisión.
Se prepararon preguntas estúpidas respondidas desde los ovarios o gónadas para solaz de las mentes que necesitan olvidar una factura en cohete o una tecnología que las enreda para succionar sus últimas ganas.
El Gonzo del Intermedio no reconocería al Fer que hace cuestiones masajes a Rita, la dulce, para echar sosa caustica sobre las palabras de los Bernie Sanders que miran a los emisores de las facturas y a los embaucadores feudales, sosías de dioses en tweet.
Fanzines, absortos en los neones, hacen reportajes donde concluyen que se pierde cuando se deja de atender a las personas y se dronean realidades, pero sin espetar lo que nosotros se pueden hacer.
Un tema al día pasea por la derrota y reconoce que el presentar al malo, como el más malo de todos los peores, no arregla el pago de un alquiler, con tendencia a la bestialización.
La dulce dama no conoce, pero pontifica sobre el mal que reconocía en la otra, mientras abrazaba la traición.
Olvidarse del altar póstumo para señalar que quien vive del alquiler, no debe endeudarse por un derecho para vivir.
¡Oh, cielos! no digas eso, proclama la temerosa Chus
Se dijo, o que crees que el atrapado en ese pago, va a pensar en que el ogro, es el más grande ogro; ya lo sabe, pero enfréntale.
Escribe Steve Forti, sobre el sobrevuelo sobre la Libertad, la Patria, palabras totems en las que se refugian quienes se sienten el vacío de no estar sustentados en un suelo.
A las bestias se las combate, señalando sus amos. Los actos marciales son dirigidos contra el débil, el diferente, nunca contra quienes patrocinan sus golpes y sus manos alzadas. Esos seres, pegadores al señalado, pero como lo es el perro de presa agradecido a quien le da la carnaza necesaria, ataca a la cruz trazada en los lomos disidentes
Mienten, cuando dicen querer una Patria mejor, porque nunca miran a esos milmillonarios que lo son porque explotan a sus suministradores, convertidos en servidores, empequeñecidos en sus dependencias; vejan a sus trabajadores, disminuyendo sus derechos y la vida familiar y subyugan a la sociedad con sus trampas contables que les hacen aparecer en listas de grandeza pero, más bien sería, de los miserables que roban a su amada Patria, sometida a sus sueños ególatras.
Se les nombra, por despertarles; no merece la pena, les leen las proclamas y las siguen. No luchan; sometidos, intentan someter para librar a los depravados, siempre exculpados.
Gonzo, me sale escribir, tío, sal de ese círculo diabólico de burdos periodistas, dan comida, pero no dignidad.
No ofrece nada, nada, la que sonríe al amo de Madrid; no hay izquierda, si sólo hay supervivencia en una cierta agresividad en sus cuitas parlamentaria.
La educación pública necesita de recursos para atender la diversidad que se da en sus colegios e institutos. Se necesita enfrentar ese modelo con el que sirve a la comodidad de las familias, cobijados en los concertados para ir seleccionando sus interacciones, mientras andan creando más diferencias dentro de la sociedad.
Las aseguradoras que, al final, como sus clínicas tienen que ser auxiliadas con el dinero público. Deben pasar a ser servidoras de la Sanidad Pública; ofrecer dar un buen servicio que cubra a todas es esencial.
Explicar el sentido de los impuestos se ha vuelto a hacer pero ya no se debe dejar de explicar.
La lucha es ardua y sísifca porque el poderoso nunca dejará de patrocinar publicidades de engañosas excelencias, pero a quienes no pueden y no quieren se les tiene que decir que más médico y más pronta atención es gracias a ellos.
La lucha está en lo pequeño y en cambiar en relato. Nunca se le va a reconocer a Olga Rodríguez, Pablo Iglesias, Laura Arroyo, Silvia Intxaurrondo el enorme y honesto esfuerzo personal por cambiar narrativas tóxicas.
Insistir en ellas y recordar con cariño a aquel incisivo Gonzo que estaba pisando la Tierra de la ciudadanía.
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