A ver quien tiene narices para coger una motocicleta y conocer la realidad de las calles por donde va pasando y parando. Hablar, convivir, entablar conversación porque sucedió tal pinchazo o quedarte en el borde un río que ha decidido tomar su ruta por el medio de una carretera que quiso ser más que el agua. Entrar en una casa para saborear un rico potaje, mientras le interrogan de donde viene, que existe detrás de esa cortina oscura que es el horizonte que les cerca para realizar toda su vida.
Narrar lo que son las ciudades, como se agranda el río que se hace navegable para bajar productos, o para subir víveres.
Subirse a los árboles con quienes allí habitan y aprender a interpretar todo lo que les rodea, como allí, puede desarrollarse toda una vida, en alimentos, cobijos pero también en sentimientos de amor y odio, con quien, ¡fíjate!, ¡fíjate!, aquel humo. Vinieron hace unos meses y se llevaron a varios de los nuestros, después de asaetar a nuestro gigante y amenazarnos con hacerle pedazos.
Volver a bajar y empezarles a contar lo mismo, con diferentes ropas y con los telones diferentes, quizás transparentes pero que parcelan la vida que desarrolla tanta gente.
Estar en el corro, compartiendo una especie de pan y paciente asado, condimentado con especies, que te hacen ver estrellas, aunque no tengan premio. Transcurrir sin mesas en medio, con miradas de atención por lo de aquí y por lo de fuera y entonces, aparecer un Medium, su medium con sus ropajes, huesos tabúes y bailes entremedias de lo ridículo o lo orgásmico. Quedar ellos mediatizados y empezar los visitantes a tener una cierta sensación de ridículo.
Pasar un tiempo de lo primero y otro, para lanzar imprecaciones a los cielos, señalamientos a los visitantes y aspavientos de un desastre en el que todos parecen quedar dormidos, será muertos, piensa el conductor.
El, sobre todo, acompañante quedarse pensativo, fijar la mirada en una parte de una cabaña y como si estuviera viendo pasar la película de los actos diarios del lugar de donde vienen.
De manera sucesiva, mira a su nueva pantalla, y contempla al inagotable mensajero que no quiere dar descanso a sus paisanos. Actúa, cuando de ellos, quiere añadir algo, por el hueco de una décima entre un gesto y un vozarrón; él adelante un sonido que interrumpe el vano intento.
Si es el motorista quien se siente interpelado, "el broncas", vamos a llamarle ya así, entra en éxtasis y trata de hacer ver una violencia que, antes, en el dialogo entre diferentes lenguas, nadie veía pero que ahora se hace insoportable por como mira a los extraños y su feroz motocicleta.
Sucede, sobre la cabaña se proyecta, la vida cotidiana de donde vienen.
Formas tan diferentes y fondos tan iguales.
Voceros que se meten en la vida cotidiana que comparte el esfuerzo en la consecución de una cosecha, con el arreglo de una motosierra; la hacendera para que un canal no se desborde y perjudique a alguno del grupo; con el respeto para que una calle no se llene inmundicias.
Gestualidades del primero para que todo lo que nos une se vaya quebrando. La única diferencia es que allí, más gente, más proporción de filibusteros, sin complejos que tratan de romper todos los lazos que se iban trenzando en la convivencia, que sí, tendría que avisar que ¡ojo! no cojas lo que no te pertenece, pero era el diálogo o las tensiones las que recrecían las conexiones.
Ahora, nuestro copiloto, de forma alternativa mira al desvengozado de la pantalla y al estrafalario urdidor de rencores que hace parar el intercambio de una olla, reparadora y equilibrada.
Por afinidad en la convivencia busca enfrente a su poblado con el diferente. ¡Por nada!, piensas, por ¡pura maldad!
Entre las hebras de las construcciones, se recrea la impune maldad de quienes trapean los hechos, con sus mezquinas palabras de negarlos; aparece el pagador de taimados espadachines de letras, que ebrio de su poder amenaza a quien le niega su poder absoluto.
El espectador, percibe detrás de su pantalla, algo diferente, una construcción que se diferencia de las que supone el grupo de convivencia con el que llevaban horas compartiendo experiencias de uno y otro lado.
Si, ahora recuerda, de allí vino aquel fantoche, como los que vuelve a reconocer en esas imágenes que le golpean, porque las ahora vividas, son tan semejantes a las que se archivaron en la memoria de los seres desacomplejados y canallas que aparecían transmutados para proclamar enemigos que una sociedad iba aceptando, aunque no tuvieran nada que ver con lo que les sucedía.
Afrodisiacos para la eternidad era inhalados por los enviados de vivir de las diferencias.
Un sidecar se une a la motocicleta; la marcha se hará más lenta, pero se van uniendo gentes, para comprenderse, sin los malditos e indecorosos mediums
No hay comentarios:
Publicar un comentario