Viajando por Burundi, fui percibiendo como unos hombres blancos me iba persiguiendo a unos cientos de metros. Me ayudó el hecho de haber sido acosado por salvajes, a los que combatí haciendo círculos y viendo por la espalda, el tamaño de su mala calaña.
Aquí aunque el lugar me era desconocido, podía realizar esa maniobra tomando como referencia alguno de los pocos árboles que asomaban por encima de las casas bajas por las que iba pasando. Aquellos canallas se quedaban paralizados al saberse descubierto, una y otra vez. Pese a saberse reconocidos persistían en su persecución.
Con mi pareja, nos dimos cuenta que recibirían un dinero que le permitían obviar el riesgo de poder ser denunciados y multados.
Seguimos buscando sonidos y olores entre aquellos lugares.
Una mujer sale con un niño a sus espaldas. Luce un soberbio porte y la admiras como una imagen única, aunque salió de un lugar donde era un ser común pero con el poder de tener sus raíces
Aquí, intuyes, también, la belleza interna, sus necesidades hacen que su mirada parezca pérdida sobre un horizonte al que llegar cuando las aceras que pisa son movedizas.
Hemos parado en la cuneta de lo que podría ser un camino; gente duerme allí y ofrece un limón que ha podido coger unos metros más adentro. No quiere hacer vivir con esa venta, tan siquiera sobrevivir en el abismo de su invalidez. Le miramos y sacamos una moneda, sin plantearnos lo que hay detrás de ese ofrecimiento.
Dungo aparece por detrás de nuestra atención, nos empieza hablar en un perfecto francés y nos hace ver que aquel producto pertenece a un campo en el que nos hace focalizar nuestra atención por su valla tan firme como invisible. Nos habla embutido en un traje en el que podemos distinguir el logo de un famoso supermercado de nuestro país.
Fijamos nuestra atención sobre el cítrico; igualito en textura al que puse en el agua que tomé para evitar cualquier bebida edulcorante preparada.
Vaya, esto parece una rave, de repente un hombre espigado, con buen porte, rodeado de quienes parecen protegerle, como nuestra mujer que revistió nuestra mirada en admiración, pese a que intuíamos su precariedad vital; el protagonista se acerca a Dungo, que parece arrodillarse, como quienes le rodean.
En un país de mayoría negra, él exhibe su tez blanca, con autoridad, con apenas gestualidad, uno de sus "escoltas", golpean a Yamin, que suelta el limón, humillado en su hambre y en sus necesidades; el limón vuela cae sobre nosotros, que, por la sorpresa, no podemos controlar el euro que íbamos a posar sobre las manos, de nuestro circunstancial proveedor.
El soberbio hombre, protegido por la sumisión, se nos acerca condescendiente; habla nuestro idioma, ¿de qué me suena su cara?, no dice, orgulloso, mirad con ese euro, en España podéis comprar un kilo de estos límites.
Recordamos a Marc Gavalda, y su viaje a Repsolandia, países de la parte Sur de América, que cedían su riqueza a los modernos conquistadores. Uno cuántos, ahora son los libertarios, servidores de la riqueza de otras partes del mundo, que venden una engañosa rebeldía que encadena a los Dungo, Yamin y otros que reciben migajas para sobrevivir, con la amenazas de ser desaparecidos, como Berta Cáceres y otras; o desenraizarse para que les admiremos en su talle por nuestras calles, mientras sus zapatillas describen sus penalidades
No hay comentarios:
Publicar un comentario