Locura, diría ella, tumbada sobre la toalla, cuando Nicodemus le pregunta si está bien la respuesta.
Ella, de natural prudente, escribe sobre la arena. La noche está estrellada y tiritan,, azules, los astros en el cielo.
Pudiera haberse llamado Sheefeni, como aquel de Namidia, sólo se llama Eugeni, de "Truñol y no para", al lado de la Grecia del Oeste, Hispania la brava.
Nuestro Nicodemus no comprende como sus antecesores podían estar tan adelantados para llamarle con ese nombre, de tal guisa y chúpate los dedos, pero reflexionó y mantuvo tal acepción cuando le dieron la oportunidad de cambiarla, porque entendió que podía quedar bien en el futuro epitafio
Nos extenderemos en esa situación porque pudo haber un antes y un después en aquella civilización pérdida.
Sucedió que en el horizonte apareció la voz de un Advenido; ella, Laura, siempre pensó que podía ser un advenedizo, cosa que le reconvino Nico, para los amigos, porque todos, incluso elegidos, tienen derecho a su minuto de gloria.
Las palabras se transmitían por el viento, siempre diligente en sus tareas, e iban a posarse sobre los oídos de quienes habían recibido el don de ser los Receptores, un don que el mundo "normalizado" no tenía.
Todo lo dicho, al posarse en aquellas mentes, caían en tierra para que fueran las semillas de un mundo mejor.
Nuestro hombre, ajeno a Sheefeni, de Namidia, sentía que las palabras del Apóstol, traían la sabiduría etérea por los dones generados y atraídos, por gracia de afables colocados, en puestos de mando.
Eugeni puso en duda, todo lo que durante meses había visto, con sus propios ojos, a los que Laura, daba también faro.
Había visto la belleza en los movimientos pero envueltos en papeles grasientos de malos modos expelidos como insultos hacía quienes consideraban sus enemigos; todos, que no estaban en su equipo.
Seguía el moderno Elías hablando, sólo, todos escuchaban, de las excelencias que no tenían ninguna tacha; de lo equivocado que podía estar el mundo, por no reconocer a su elegido.
Nico, se hartó, como en una oración atemporal llamó a un Sheefeni futuro, se materializó, le miró, confirmó su negritud, sus conocimientos, su respeto hacía los demás y sí, añadió en sus reflexiones
ya no la quiero, es cierto (...)
aunque este sea el último dolor que me causa
(...) y estos sean los últimos versos que yo le escribo
Se movió para arrancar las raíces que le empezaban a brotar de la semilla del "advenedizo", decía Laura, y todo lo que tenían de soberbia, de despreció al diferente, lo insonorizó para que aquellas palabras brotadas de los cielos, se pudrieran en la campana de los luminosos pretores, alimentadores de odios y xenofobia.
El fondo que encontramos en los dos Nicodemus quedó revestido de respeto a si mismo, sin necesidad de ser subyugados por falsos profetas, alabados por mercaderes hasta el servilismo.
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