lunes, noviembre 25, 2024

Un torrezno en el chupete

  Peter, enseguida, se dio cuenta que aquello no saldría bien. Claire había subido el botijo desde la fuente y el primer trago la avivo el olor que la lleva penetrando durante dos días.

   Sarah, venida de un país al que habían bendecido, como por designio divino, con armas y tecnología para destruir al diferente, había iniciado la acción de persignarse ante el gesto violento de su madre Mary; se contuvo porque recordó que a ese nuevo dios, no había que celebrarlo con la señal de la cruz, sino con el signo de un dedo apretando un gatillo.

    John había empezado su nueva lucha contra aquellos vertidos cercanos a un manantial que siempre había regado la huerta de Josephine.

    Zacariah, vecino de ella, había quitado importancia al hecho de haber permitido dejar en su parcela, todos los bots que habían colonizado el cerebro de quien levantaba un brazo de forma sospechosa. 

     Nunca, Tom, hubiera escrito de la relación incestuosa del anterior con su propia hermana, si no se hubiera dado cuenta que uno de los containers de una partida de los bots tenía la forma de pesas de los más diversos tamaños y peso. 

    Allí, Tracy gastaba horas y pensamientos tratando de perfilar sus músculos, aunque el material era nocivo, compacto en su apariencia pero lleno de ponzoña en sus conexiones interiores.

     Bernard llamaba, en esos instantes, desde una pequeña localidad francesas. Epinal había sido el lugar donde se habían impreso algunas de las primeras caricaturas que la habían servido para tomar conciencia de como se conforma el poder en la sociedad. 

     Ibrahima, ajeno al torrezno que masticaba aquel tosco bestia Ascol, contempla como Magatte distribuye su esfuerzo entre limpiar con John aquel manantial y poder sacar de las tripas del cerebro de Sinnead toda la podredumbre que es capaz de absorbe por la manguera de un canal hipnótico de lo transmitido por una excelsa televisión, coronada por un lacito que la hace aparecer como muy cuqui.

     Claire lleva dos minutos y cuatro segundo vomitando sobre el mando a distancia el agua bebida que, a parte de lo dicho de su sabor y olor, tiene un color y forma sulfurosa que la hace postrarse para atrás, durante unos segundos, hasta volver a irrigar el mando con un nuevo vomito.

 Josephine, a 403 metros, de la imagen anterior, ofrece, otra aún peor, se había lavado la cara con esas mismas aguas y las formas que se transmitían sobre esa superficie era el mapa de la abominación más cruel y del horror propio que debía estar creciendo dentro de la cabeza de aquella, antes, dulce hortelana.

    En Tracy surgió la idea de materializar su gesto de sumisión, realizándolo sobre una pequeña Beretta;

    Zacariach, siempre dispuesto a colaborar, le ofreció una que almacenaba en el zulo de la vergüenza, decía él, porque no tenía la misma eficacia que sus bots espolvoreados sobre alguna de las televisiones por las que se paseaba su amada hermana. 

     Bruce invocó las cornetas del Clarence donde las estrellas calentaban ese paisaje frío, casi tétrico y con la fuerza de su voz desnudo a Ascol, cerebro vacío y músculos perfilados de los detritus que iban deshaciéndose dentro de las pesas. Este último, gustaba de aparecer, con su magnífico caballo, siempre parado, para esconder la tara de ser patizambo, este y mermado, entre otras cosas, en palabras, él.   

      Bob nos silabea sus canciones, no estando seguro que podamos entender el significado de ser inundados por las palabras vacías de contenidos y envueltas en trapos embellecidos con dibujos de soles y casitas, dibujos primarios, exhalando vacíos del anterior, una especie de Jacques el destripador, de terrones yermos, inútiles, elevados a la categoría de no hay futuro, hacia el caos a golpes


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