viernes, febrero 09, 2024

Ilusoria Penny

 A un escaparate se le ha dividido en dos partes. En un lado, un soberbio personaje, se mira en un espejo; en el otro alguien parece pasear por un barrio anodino. En esa parte, el decorado, la iluminación se diluye como el personaje. 
  Magnífico y estrambótico nuestro primer personaje, su ropa es impecable, su seguridad supina, sentado del piano que se dispone a tocar, exhibe un colorido acorde con la decoración del instrumento musical. Momentos antes de tocar la primera tecla, se vuelve hacía los espectadores, les hace un guiño de complicidad, seguro que la  atención de todos esos espectadores está sobre él. Con gran aparatosidad se levanta y hace girar su silla, medía vuelta, en un gesto que sólo puede estar preparado y ensayado, dada la importancia de estar adaptado a su colocación perfecta enfrente a las teclas que en ese instante se dispone a tocar.
   Durante un rato hemos dejado al otro pianista; se difuminó el niño que juega sobre la arena que servirá a construir un nuevo edificio en un barrio que está a las afueras, donde los niños exploran un un barranco, donde un fútbol espectacular, para su gusto, se juega en una calle muerta. Tom Waits canta Waltzing Matilda, una canción antibelicista, ahora que las grandes fortunas han descubierto que tienen que eliminan a gran parte de la población, antes que descubran que son ellos los contaminan el campo, los que especulan con los productos, los que compran a verdaderos psicópatas criminales que pueden defender sin ningun pudor ni rubor, su riqueza extrema. 
  De ese lúgubre escenario empieza a sobresalir el saxófono; con una dulzura exquisita acompaña la voz rota de aquel primer tiempo de descubrimientos del cantante. Mira el instrumentista y descubre para su pequeña vanidad que todos los espectadores le están siguiendo a él; nota que los ojos están clavados en el mar de las incertidumbres que salen del saxo, sobre las que caminan los seres heridos, pese a que no quisieron aquel tiempo. 
El ser se transforma, el saxófono se hace alto y un Clemons hace estallar la pared; conducir toda la noche para encontrar unos zapatos que abriguen los pies descalzos de esos niños abatidos por las armas vendidas para soportar un sociedad esclava de las ganancias y de un silencio cómplice en el que nos vamos diluyendo para sobrevivir sin ser señalados. 
   Niños-as cada una en la luz que parece iluminar un momento mágico; la cuarta pared se rompe para cogernos de la pechera. Las luces hablan, nos recriminan, reclaman la atención de una sociedad, gritan nos matan porque dicen que podríamos ser futuros terroristas; se callan quienes se arrodillan para intervenir en los cuerpos de otras; se persignan y pasan cuentas como quienes pasan monedas con las que venden su mente para que les edulcoren su silencio ante las muertes de los inocentes y sus propias ganancias y privilegios. 
 
   Cogieron a la libertad, la convirtieron en meretriz, como el otro ser desesperado que se hallaba al otro lado de la pared, pagado de su efervescencia, tuvo su segundo de apariencias, mientras entra Bob y nos mete rock and roll con un saxo, que exhibe cabriolas para despedirnos en el día

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