Entrevelas intuyes la necesidad de otro 15M.
El poder de las grandes tecnológicas, la capacidad de un periodismo mercenario para introducirse en las casas tranquilas de seres a los que lanzan la mentira como cimientos para diseñar una sociedad. Los grandísimos ricos que no tienen ni un escrúpulo para tapar la existencia de la pareja de niños que buscan su escuela entre las ruinas de un Gaza, a la que arrasan como a Cartago con la sal de la ceguera.
Todo esto tiene que cambiar, si no habrá poderosos que envíen a su ejército ciego, con la zanahoria del orden, para someter con los palos, a los ciudadanos a su diseño de castillos rodeados de pobreza, en una nueva reedición de la Edad Media.
El programa con el que nos desperezamos, Avivir, nos muestra otro ejemplo de esa necesidad de empoderamiento, al mostrarnos como te pueden estafar en la tarjeta de compras con la que la banca a la que le pertenece y el Estado al que nos damos, en nombre de una libertad desprotegida en los débiles, tienen que dejar, la primera de ofrecer sus beneficios como un ideal de buena gestión, sin empatizar con quienes se los dan y el Estado, debe dejar de estar asustados por esos millonarios que pueden pagar para desprestigiarlos.
Es un primer despertar dulce y la toma de un primer trago de un café, amargo.
La pequeña tristeza que no derrota, es porque comprendes que no empiezas a ser derrotado por quienes hemos nombrado. Desaparecemos entre las palabras lanzadas por quienes viajan en el mismo tren, se cambian en el mismo gimnasio o escuchan en una clase de la universidad por la que transcurren enseñanzas humanitarias.
Consiguieron eso, que nuestros tiempo de juego, callemos nuestras verdaderas necesidades y nuestras interacciones más personales, lancemos esas proclamas entre quienes escuchan entre los tabiques de quienes nos construimos nuestras certezas.
En aquellas plazas, hasta que el tiempo actuó como un agua que diluye un azucarillo, nos preguntamos que iba a ser de nosotros y nos dábamos respuestas; muchas veces, descabelladas, otras para que fuéramos seres empoderados; poco a poco, se fueron marchando mentes brillantes, que querían soluciones inmediatas como si se pudieran destruir todos los profundos cimientos que fueron creciendo en siglos, con las débiles mazas de nuestras palabras.
Había tantos ejecutores de nuestro exilio de una muralla en las que vivíamos ajenos a los que nos habían contribuido a nuestros ciegos crecimientos que ya aceptábamos a esos jueces prolongados en generaciones que se dicen tener un conocimiento de leyes y que las aplican con una torpeza y contundencia de un ariete al que torea tu capa de conocimiento de una sociedad en la que los dos vives. Te llenas de soberbia, cuando ves a alguno de ellos embestir ciego de ideología, dinero y asegurar el futuro para que sus vástagos apliquen la misma falta de ecuanimidad.
En esas plazas, estos y otros para mercenarios para datos mercadeados tendrían su tiempo, pero no su poder para seguir sometiéndonos a quienes les han comprado.
Existe una urgencia para que los chgpt, los fareros de los tecnológicas no nos dejen tirados a las puertas de esas murallas donde pululan los mendigos que paliaban sus hambres, con el estiércol salpicado por las herraduras de servidores y sus caballos.
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