jueves, febrero 15, 2024

Dejad que el río fluya

 Sucedió en Noruega; hoy vemos por nuestras calles, nuestras aulas a aquellos que han debido salir de su tierra, porque su tierra se eligió como entrega para favores de los que mandan a los que muestran sumisión.

  Sin noticias, sólo un dolor para recordar la fragilidad y un cansancio provocado. Allí, aquí, una sociedad anestesiada; mirando por los escaparates para encontrar el penúltimo producto podrido, como el que me llevó a una tarde infernal.

  Repetirán cada nota que les han afinado, porque mercenarios les van dirigiendo hacía la puerta del sacrificio. Les entretendrán con la verificadora periodista que se ofrece para lavar la iniquidad del deportista que no quiere ver lo que está pasando en el país que le patrocinada y al que da su imagen, impoluta, de ganador sacrificado. Se justifica previendo lo que será en el futuro aquel lugar, al que una campeona mundial, honesta no quiere ir porque pierde parte de su libertad; tarde, cuando ya se hayan servido de su imagen; él es parte de unas élites, ensalzadas por los resultados comerciales, porque la riqueza económica las dan las marcas que han considerado este paso como el más factible para llegar a las masas que se creen inexpugnables porque tuvieron una habilidad y, una indudable capacidad de sacrificio que les hizo diferente en un mundo muy particular.

 El pueblo sami en Noruega, una minoría se ve asaltado por la palabrería de siempre. Una presa para asegurar su futuro, cuando en realidad son proyectos que buscan otros rendimientos. A parte de un movimiento de dinero que se escapara por desagües. Mientras lugares de una belleza enorme se sumergen como nuestras mentes, se sumergen en formol, para poder aguantar la exhibición impúdica de un genocidio, narrado incluso por soldados deshumanizados que se creen en un juego y a sus víctimas los "marcianitos" a los que deben ir eliminando.

   Diez segundos, despojados de esa protección de un gobierno que está haciendo criminal a un Estado, les serviría para proclamarse en pánico. 

   Los armadores de las guerras, miran sus cuentas de beneficios, mientras les sangran sus dedos que no son capaces de ver, que su riqueza, no viene de la defensa o ataque, sino de los terrores que ellos mismos crean, entre los seres que por sus actos diarios, tienen en común más del 90 por ciento.

      Mientras unos jóvenes se afanan por crear lugares de alegría, entre niños que pueden ser cazados pronto, por otra hedionda mente.

           Bravo por los crean empatía.

   

  

  

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