Por la carretera 320, ella corría,, se deslizaba después de una mala época. Pensó que quedaría atrapada a una silla o a un cuerpo sin fuerzas.
Unas semanas antes viajaba hacía una nueva competición. La había preparado en aquel bosque tenebroso e inmenso.
No había tenido miedo, pero se encontró una mínima alimaña que pensó que era un pequeño hilo de una escoba o de una tela perdida. Le extraño que pareciera tener una cabeza, apenas perceptible.
Coincidió aquellos días que empezaba las mañanas sintiendo un vértigo en sus relaciones sociales. Se descubría con ganas de vomitar y todo lo achacaba a que en los momentos donde se está al borde de la perfección, es cuando se está más cerca de la caída, al menos eso había leído muchas veces; de alguna manera le servía de de excusa para pasar esos malos momentos e intentar tener algo sobre lo que volver a edificar.
Entre medias de aquellos dos momentos, había competido con un fervor casi religioso; al menos, ella había creído más en aquel resultado milagroso después de haber caído por un terraplén durante 100 metros , que aquellos que rezan por una decisión política y no porque a quienes apoyan no cumplan los mandamientos de su dio, robando. De todas maneras no nos desviaremos de aquella increíble proeza por la que había acabado la última, cuando meses antes, iba en silla de ruedas. Se asomó al abismo de aquella carretera cuando un coche pareció ser enviado por Lucifer, pero por suerte Mónica, unos segundos antes se había apartado detrás de un seto de la ruta, para soltar en las carreras largas tanto nos cuesta retener. El coche desapareció y ella siguió gozando de la felicidad de correr; placer y necesidad que tanto amaba
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