Sería hace siete años, mi mujer dice que al menos diez, cogimos una furgoneta y decidimos salir a coger setas. Eso fue lo último que nos rimó en aquel viaje. A partir de ahí se nos hizo muy duro recorrer aquellos parajes por donde nos dijeron que había transitado Hugo.
Llevábamos una foto de su último día, con la ropa que vestía. Como no pensar que era el más guapo en un universo alrededor.
Él nos dijo que no quería volver a vernos. Habíamos apoyado el orden y este estaba representado por un dictador que fue alimentado por alimañas como un Estados Unidos que nos tomaba como su despensa. Ahora lo sabemos, pero entonces nuestra mente razonaba como aquel que dijo: “yo vivía bien, era un momento bello en nuestra historia”. La furgoneta nos rompió las cadenas de nuestras mentes. Vimos las bestias jóvenes que reivindicaban a los anteriores dictadores sangrientos.
Hugo, como el padre de Claudia, Pepe, siempre había sido diferente a los demás, a nosotros, se había ofrecido a sus hermanas, a nosotras, al vecindario. Había descubierto como algunos seres, que se le aproximaban era para acumular, sólo para ellos. Y si, le habían amenazado y si, nosotras, dice mi mujer, le habíamos dicho que no se complicara la vida.
Él venía del colegio, leía algo, y enseguida estaba preparando un partido donde integraba a los últimos migrantes que habían llegado o reunía a los padres de estos para aprender un lenguaje escrito que, a veces, era una cárcel, a las que iban poniendo más cancelas, porque como esos niños que sólo se querían a ellos, los mayores les ponían trampas para empobrecerlos más
Nuestra furgoneta paró un día que creímos verle. Una familia salía del fango en el que estaban atrapados. Estaban cogiendo naranjas, debajo de una lluvia persistente y en un día frío. Había aparecido un joven que les recogía la fruta en un carro, porque ni bolsas les había dado sus amos. Sus ropas eran las cestas que en algunos casos ya eran una cesta pero de las de baloncesto.
Le llamamos: Hugo, Hugo, le clamamos con vehemencia. Tiempo después, Diana, mi mujer me comentó que una décima de parálisis la confirmó como que era él.
Salir a por setas; descubrirnos lo solo que estábamos, dejar nuestro mundos, tan claustrofóbicos y valorar lo que de verdad nos había merecido la pena en nuestra vida, Hugo.
Cerramos nuestras oscuras comodidades que parecía se alimentaban de nuestras neuronas. Hugo, está por ahí, pero también guiaba los descubrimientos en los nos íbamos haciendo.
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