Me asomo a un río, hubo un tiempo donde me impusieron la música y surgió la información en forma de Marea, permanecía callada, pero estaba ahí, en cualquier rincón de una habitación; aunque algunos meses la hubieras dejado pasar, cuando ya lo ruidos te habían hecho aceptar que el ritmo cadencioso de la voz de podcast era más feo que la música; se acercó un brazo de agua para adentrarme en las profundidades de los rios de tinta de esa revista y entonces, cogí el gusto por unas páginas escritas y luego surgió las recomendaciones de sonidos, de música, de lectura y me dije
¡Fuera algoritmos! ¡Qué la Marea rompa el adormecimiento!
Conocer un afluente para adentrarse desconocida Indonesia,
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Para que los sonidos que existieron permanezcan en las gota eternas de la desaparecida Jaimie Branch, cuando sea escuchada desde una gran rama en la que me siente para ver pasar el río.
Dragonio, dragon pi, Piranio salid de vuestra guarida; el Henares se desbordó, las aguas remontan el Missisipi por si Not dark yet nos permite reinterpretarnos y aún podemos ser un Tambourine Man; por sus orillas pasea por allí Bob.
Le quiero despistar en sus medidos pasos, me lo pienso como aquel poeta que le ha escuchado hasta que le penetrara en sus ritmos, pero quiere ser invisible a sus pasos; él camina en su mundo; mi mirada clama: adios Dylan, porque aspirar a entrar en interlocución, quizás sea vano, cuando su océano me baña en días tan diferentes; en piedras sobre las que chocan mi kayak, cuando las tengo que abrazar para salvar vidas, notó que allí hubo una historia que nos narran a gancheros que huían de otras aguas más peligrosas que les ahogaban en la vida.
En esos balcones, la Marea era quien me ponía un catalejo y entendía lo que sólo eran puntos
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