Un cadáver real en un escenario. Angelica Lidl: y los peces salieron a combatir a los seres humanos. La autora cree que sería necesario a ese yo, en mitad del escenario. El reparto podría interactuar conmigo y los espectadores andarían esperando mi resurrección, sin saber si habían pasado tres días o tres horas.
Desde el público a mi señora, la gritarían: ¡eh, oiga!, mejor así sin darle la condición de persona, lléveselo de ahí, que nos producimos náuseas. No estamos preparados para vernos en un espejo en la que sale nuestra deformación. Por el escenario, vaga mi espíritu intentando dar alguna explicación que yo mismo, no me he dado nunca. Nada de importancia para la audiencia, sólo, ¡hostias! ¿por qué leches no funciona la cámara para cogerme inanimado?. ¡Recontras y trastes, que la compré con tres ojos, pensando que uno de ellos captaría los espíritus!. En fin,
Caminando Fronteras, Helena Maleno habla del Mediterráneo; les dicen a los turistas ¡eh asómate, al balcón de nuestro mar, el cementerio más grande del mundo! ¡Mirad que amaneceres!, dando sus primeros rayos sobre ese ¡negro! que nos los devuelve como una bandeja de plata. Brillante, ¡madre, mía!, única. Soy un privilegiado, tengo hambre de descubrir nuevas culturas, aunque mi trabajo sea cutre, me permite esta ilusión de toda mi vida. Voto, indiferente a lo que sucede alrededor de mi trabajo; puse mis límites es fotografiar ¡la belleza!.
Nos sentamos ante la televisión para vernos blancos, pulcros y tomando las justificaciones fabricadas para que podamos vivir ausentes de cualquier culpa, que desde luego, tienen los otros.
Por cierto, si se hubieran alineado un poco mejor los cadáveres enfrente de la isla desde la que hablaba Demóstenes, después de haber aprendido a superar su tartamudez, se habría conseguido el efecto de ver como los cabezas, muy afros, muy cool, eran las piedras por las que conseguiríamos llegar a aquella cultura griega.
Mi cuerpo se ha anclado al escenario; mi señora, se resigna a que no se levante; los espectadores van tomando conciencia de mis pocas ganas y de sus cámaras de fotos; soy más cutre que Bob Dylan, yo les había convocado para que si que pudieran fotografiar y grabar todo lo que sucediera sobre el escenario. Así que desde sus cámaras empiezan a salir los muertos fotografiados en Tebas, en El Pireo, ¡hola Helenik, eras tan bella y Michel, tan sagaz!.
Se fueron al fondo, como una moneda, tirada para conseguir deseos. Ellos se hundieron, como si sus deseos, fueran una piedra atada al cuello. Señor, oiga, si usted! ¿en su fotografía se puede contemplar si la cadena impuesta al "saltador de fronteras" no era la de oro de ese tratante de seres humanos?-
¡Señora, señora, si la del vómito reciente! no se preocupe por este mal rato que le estamos haciendo pasar, una mariscada quita cualquier arcada que este teniendo ahora. A no ser que en ese marisco que le segrega ya jugos, vea algun trozo de piececito de ese niño ahogado, si no se acuerda, el de la imagen en la que el rayo entra por los dientecitos y parece como que el niño, mena, si hubiera llegado a la costa española, por la Valencia del intermitente, hasta su extinción, Baldovi, tiene un ansia por comerse el Sol. ¡qué fotaza! se dijo y luego repitió a los de su trabajo, como para ahuyentar vergüenzas propias.
A ver ¡el de las luces! no podrías lanzarlas al escenario sobre mis pies, como que estos reviven y vuelven a ponerse en marcha sobre las aguas, ¡dios!, ¡si! andar sobre las aguas como esos muertos, hasta llegar a quienes están arrodillados y a estos despertarlos a la realidad, levantarlos hasta hacerlos levitar; aunque no les verían, porque nunca han visto a la pobreza y creerían haber obtenido, "comprado" un nuevo master en "misticismo", que, por supuesto, lo pondrían en su frente como un anuncio de "soy excelente, únete". Además, ¡tú!, ¡el del sonido! pon una sinfonía, o mejor el minueto en Sol Mayor de Bach y si estos, los que están saliendo por las lentes, o por todos los poros de las cámaras, empiezan a gritar mucho, sube la música hasta la estridencia, sí, no será Bach, pero porque leches los gritos de desesperación de quien muere tiene que ahogar la belleza.
Si hemos llegado a ese punto en el que niños con sus madres y padres con sus mentes, dispuestos a someterse para tener otra oportunidad de vida, van a inundarnos de gritos desgarradores, de peticiones de auxilios, de despedidas de quien dejaban en sus casas, gritándoles que les amaban; nosotros los apagaremos con altavoces y bailes en anuncios de, ¡hola! somos dioses y nos quieren invadir. Y pondremos a Wagner, para avisarles "que nos dan ganas de persistir en la invasión, incluso las aguas en las que se ahogan", no por vivir allí, sino para hacer las fosas más profundas; si antes fueron en las cunetas, ahora será en esos lugares abisales. Comercializaremos esos oscuros lugares, como otros facturaron con sus muertos
¡No somos chulos, ni nada!, el mar en nuestro escenario y los peces boqueando, como para no entenderlos y podernos ir a casa tranquilos.
Era arte, no hemos entendido nada, ¡conectaremos la cámara a una carpeta llamada papelera!, no la eliminaremos, algun día podemos lucirnos cuando hagamos una comida entre amorales. Entre ellos sólo veremos la belleza, los encuadres, el uso de tal o cual lente.
Ir a un escenario a traspasar la cuarta pared; ¡buff, hastío pudiendo comernos una paella de mariscos del Mediterráneo!, no hay color,
Vino blanco, ¿no?