Leontxo García ha comentado el ajedrez para El Pais durante muchos años. Cuando le he oído en alguna sección en la que ha hablado, su entusiasmo por este deporte y todo lo que rodea, me engancha. A cambio mis ritmos mentales y físicos no han ido por ese deporte.
Lo probé cuando regresé de mi expedición a las fuentes del Amazonas. La enseñanza me había agotado y había perdido la ilusión por dar algo diferente. Me habían amenazado con tirarme desde la torre de la iglesia si seguía tocando el saxofón y ella, se rompió en la urna que arrojé desde el acantilado de las irrealidades.
Conseguí llegar a la desembocadura de aquel extenso, ya mar, a través de un Hobby 16 que maneje con una cierta soltura después de hacer varias travesías por la Bretaña francesa. En una de ellas, una sirena se transformó en una mujer. Por un momento temí que hubiera zozobra, pero ninguno de los dos tuvimos ningún problema en hacer el amor en alta mar. No nos guiaba hacerlo en cada puerto.
Ya en la ruta hacia los orígenes, cada día paleaba como si fuera el último. Lo disfrutaba con la perspectiva de saborear mi gran pasión, el piragüismo y descubrir en el sitio más inverosímil, cualquier tipo de pasión, a la que me entregaba el tiempo necesario. No tenía prisa y cuando volviera sabía que con la ayuda de esa "estúpida ilusión" de ser gente de bien los que gobernarán ahora, quizás me recomendaran trabajar hasta los 72 años o morirme, casi mejor.
Los últimos días, cada hoja que me iba rozando la cara era una sensación nueva. Alguna parecía tan rugosa y de tanta doblez que pensaba sería un cirujano plástico dándome una nueva identidad; otras eran tan largas y tan profundas que pensé en aquel amor que duro años y que en un folio te escribía "recuerdos de su ausencia".
Llegar a los orígenes de algo es arduo. A las del Amazonas, con días de lluvia tropical ancladas en un largo calendario, mosquitos que en su conjunto eran de la magnitud de un mamuts: aguas, vírgenes pero que tenían las esencias de lo desconocido que disolvían las que teníamos en nuestra plácida memoria. Rodeado de todos estos actos, vegetales y anímales el avance era soberbio en su belleza, destructor en cada uno de sus instantes, afilados por desollar ánimos y seres al menor descuido.
Conseguido parte de nuestros objetivos, miré a las personas a las que había acompañado. Me sentía parte de ellas, como ellos habían mostrado su respeto.
Ellos estaban extenuados, yo, sólo era parte de una ilusión.
A Pablo e Irene, en cada uno de sus pasos; una naturaleza de siglos, les había ido arrojando cada uno de sus lazos, que si no fuera porque soy incorpóreo, a mí me hubieran cogido para formar parte del limo de sus lechos.
Se veían entonces tantos ramales, que tuve la sensación que tenían vida y se iban colocando alrededor para terminar de ahogarles.
Sólo las ilusiones de muchos, que se iban haciendo actos, harían que aquellos trances tuvieran sus cuerdas de seguridad y sus arneses para que nos fuéramos ayudando.
El origen de aquellas agua, había sido tomado, pero su pureza existía, sólo era cuestión de ir desenredando ramas, lianas, ponzoñas, traiciones de tierras y aguas y bestias que se habían convertido en personas.
Muchos rivales, menos que mentes para desentrañar tantos bosques y barros.
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