Me he quedado mirando el conjunto de pesas al que voy a subir. Parece una barbaridad, pero estoy fuerte, me gusta controlar el contorno de mi "molla", como decia de pequeño. Puro acero fundido, incluso en invierno me gusta exhibir mi musculatura.
Soy narcisista y cada cristal de un escaparate por el que paso, es un momento para observar si se ha quedado tan prendado y admirado como yo lo estoy conmigo y me devuelve un piropo que confirme mi esplendor.
Las pesas son de nueva generación, al menos eso me han dicho. Observo que me quiere hablar, quizás para mostrar su orgullo por haber contribuido para que alcanze este zenit. Será su sumisión por reconocer mi persistencia y mi entrega a una causa.
Su revestimiento, también, es cristalino y poco a poco, empiezo a buscar mi imagen para ver como la devuelve pletórica y con la grandeza que he alcanzado.
No, no lo hace. Me inquieta y me molesta. Es un cristal que no había visto jamás, bello, por si sólo, transparente hasta penetrar en la constitución del material de esos "hierros", como hasta ahora me había atrevido a decir. De hecho, pronuncio esa palabra un poco por despecho, un poco, por ponerle en su sitio.
¡Qué idiotez!, intentando razonar con esa masa modelada a fuego
Desde luego tengo claro que no me va a devolverme mi efigie para que la ame un poco más; el tiempo se ha parado, como cuando, en el agua, he decidido no bajar el río y esperar que aumente el caudal de agua para jugar con unas pequeñas olas. Las busco pero, a la vez, me van viniendo instantáneas de mi vida.
Parecieran todas conjugadas para una caída. Estos días pasados, durante dos noches vinieron sueños de seres queridos, ausentes físicos, compañeros de mis imperfecciones, les reclamaba para que fueran mis compañeras durante un tiempo más; la abuela Juana, el tio Ambrosio; apenas me acordaba al despertar de la trama; sólo me acordaba de preguntarme del porqué. Me venía a la cabeza mi compañero Miguel Ángel, pintor de los sueños que interpretaba. Se fue de su presencia entre nosotros, pero su libro de señales lo había dejado abierto. No sabré leerlo, si no le dedico tiempo, pensaba, porque lo voy a saber traducir.
A los pocos días, ha muerto José Martí Gómez; esos sueños han terminado. El periodista "del oficio más bello del mundo", preguntaba y exponía los porques de lo que pasaba alrededor de la noche en la que fue ajusticiado Salvador Puig Antich, con saña y leyes de una dictadura. También se acercó a quienes robaban saliendo de la pobreza, e indagaba sus porqués. Ayer, las preguntas de Jordi Évole a Gervi, tenían las mismas esencias.
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