Vaya páramo, dice Pedro. También lo pienso; sentado en la orilla, cuando ya se ha abierto el río para ser aguas de un pantano en las que se ha convertido, al ser tapiado en el sacronombre del progreso.
No muy lejos; pudieran ser miles de kilómetros, una niña debe abandonar su aldea, cercana al río; ahora ahogada en las aguas, viajará a un pais desconocido, donde admiran al mago que paró aquellas aguas
Si vuelo o trazo curvas kilómetros más abajo, podra comprobar como es de bello un cauce con contras, piedras que paran una corriente tumultuosa, ramas que amenazan con tomarte por el chaleco para tenderte por si te has secado de ideas o de recursos; curvas que arrojan las aguas a un punto, para crear contracorrientes unos metros más arriba que te crearán la ilusión de poder remontar el Amazonas y llegar a sus fuentes.
Abajo, fijando la atención, en esos pocos metros de aguas aceleradas descubre las olas que cabalgar con sus piedras que son sus arcados lomos que sueñan descabalgarte; hoy te aprietas a las musleras, lanzas rayos desde la pelvis a los pedales, arrojas el puño hasta la lejanía tras haber rotado el tronco, es la comunión de tu cuerpo con el kayak y la naturaleza.
En las contras te sumerges en el autoengaño del competidor que no fuiste. Entonces son muy puñeteras, tanto que te exigirán ser tomadas en el espacio justo para que puedas pasar la puerta de remonte. No hay opción para la duda, abandonarte en una décima, ni tan siquiera lírica; girar un poco antes, ofrecerte más de la cuenta en todo el lateral del barco, te hará que fracases en el paso de ese obstáculo o retrasará el tiempo que debes emplear para tener las opciones intactas que te proclamé candidato, cuando ya te has metido en el mundo de la competición.
Vidas cruzadas para un río que en este cruel seco invierno se siente abandonado por el codicioso líquido que en esta época debiera estar arrasando todo: orillas, caminos, tierras secas; orgulloso de ser tamizado por los diamantes del cielo. Nunca se imaginaría, por desgracia, ser sometido por las garras de creciente monstruo que nace en el averno de la imperfecta corteza por mucho que se enorgullezcca de cubrir nuevas tierras, como podrían ser las pasiegas, las de los valles mineros de Asturias u otras captoras de todos los colores que explotan en los mestizajes.
Me descuido y la irregularidad de mi paleo, digna de estudio antropométrico, me lleva hacía las puntas de unas ramas de lo que soñó ser un árbol soberbio por sus bellezas e imperecedero por haber buscado todos los manantiales de nutrientes.
Fueron más las crueles ansias de un crecimiento infinito que no lo fue otorgado a los árboles a los que ahogaron; y sólo quedaron sus dedos y, con dificultad, los brazos, como saludando, o imprecando por ser abandonados aún buscando tocar el cielo, porque en sus raices nacían las savías y de sus hojas emanaban los olores que atraían a ardillas, pájaros, quizás a un niño soñador que un día bajaría por el Mississipi, otro día cogería los aromas de Kabul en su cometa, o se aferraría a una tabla con la que llegar a un manantial que diera supervivencia a su familia. En sus sueños la niña iría en un barco pirata para salvar las vidas que habían sido vendidas por mercaderes con dagas de ambiciones. Ella cogería los ojos de las cámaras para que los relatos fueran cubistas a la vez que fantásticos por ser veraces en sus pretensiones y con matices en los personajes de alas o timones y velas para surcar cielos y aguas.
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