Ya hace dos meses; y ayer, algunos supieron que eras más imprescindible que nunca.
En una entrevista demostrasté donde estás y a donde has vuelto. No fallaste a tu gente y la honestidad también fue brutal cuando explicabas tu forma de vida. Por ahí debes estar en tu puesto de trabajo, como si no nos importará que no se haya demostrado que no pegaste a un policía; que tu caso se reactivó tras años dejado en la despensa. Como dejaron el caso de Cristina Cifuentes, hasta que a los suyos, a los de siempre, les convino reactivarlo.
Hoy explicaba que ada uno de nosotros, podemos ser y somos muy pequeños, pero cumplir cada una de las tareas que se nos ha asignado en un momento determinado, nos hace imprescindible.
Soñaremos con participar en la creación de nuestro propio mundo, donde les demos nuestra particular visión para mostrar nuestras habilidades.
Siempre debemos saber donde estamos y con quien podemos contar. Alberto Rodríguez no nos falló; dejarle sólo, abandonarle, no contar con él en la construcción de otra idea de sociedad es perder nuestra identidad.
Enfrente tenemos un océano de poderes que en si mismo encierran todas las fuerzas que pueden ser desatadas para desarbolar miles de pequeñas chalupas que somos, cuando nos disgregamos porque a todos nos suena bien ser únicos.
Algunas embarcaciones se engalanan para deslumbrar por su porte, por todas las alabanzas que reciben incluso de las armadas extranjeras, como pudieran ser las alemanas.
Pero es chalupa, pero lo somos
Un gran barco, preparado en los mejores astilleros podría deshacer cada individualidad.
Alberto es un balandro que nos sorprende por navegar ante las bestias desatadas de una naturaleza establecida, que se cree grande por la meritocracia.
No, las juntaron para que fueran invencibles.
Miles de chalupas, sabiendo a donde van, y cumpliendo cada una su función, pueden navegar a sus propios horizontes que los materializan cada día
A los Albertos, siempre, les necesitamos.
Existen las tormentas a agujeros negros, olas con muros de acero, rulos que deshacen los miembros más entrenados.
Existen los Alberto Rodríguez, tan anónimos,como cada parte de mi barco que formaba hoy. Te pueden poner de los nervios porque son humanos, inquietos y desesperantes. Ellos pueden sentir mis desonrientaciones y bandazos; los dos, nos hacemos y buscamos seguir a los que nos mostraron caminos.
Tener miedo a los elementos, ¡¡¡nos hace tan pequeños!!!
Y queremos ser con todos.
Con Alberto Rodríguez, nos faltamos, alguno menos. A él le dimos un camino y con su pelo como gorra de capitán, miraba los cielos para surcar los días y las noches.
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