Tampoco es tan importante no pintar. De hecho, cuando elegí hacerlo sobre una superficie amarilla, sabía que mi futuro como actor lo había cercenado.
Existen tradiciones que pesan en el insconsciente colectivo; hoy estoy en silencio en mitad de un cielo sin fondo. Creo que estoy cayendo sin ningún arnés, en un espacio transparente, no distingo donde poder agarrarme y sin embargo sólo me angustia que quiera lanzar la mano para asirme a la repetición de las seguridades sin luz.
En la caída atisbo la belleza que decía Ramón Trecet y que tanta gracia hizo a una ocasional acompañante. La velocidad me invita a no complicarme la vida; me dice que cualquier ilusión recibe el golpe de tantas cosas que nos suceden entre respiración y alimentación.
Las imágenes luchan por no quebrarse en el cristal de lo sucesivo, en voces que te visten un tiempo ajeno.
En la exuberancia que te rodea, cuando te suspendes en plena caída, la besas para explorar ansioso la boca con las voces de viajes posibles. La prometes fidelidad, tejiendo una telaraña sobre un papel que transporte tus miedos a los barcos que surcan las tormentas perfectas que se tragan lo que parecía posible, a las que intrépido, prometes someter.
Darlas formas, para hacerlas palpables, y no inútiles soñadas
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