En mi instituto hay una colchoneta que fue recuperada por Mauricio. Por días, me dio una maravillosa lección del oficio que tuvo: guarnicionero
Hoy, al amanecer, su pueblo ha preparado una de nubes, para planear sobre su querido pueblo.
De pequeño le conocí; tengo la misma edad que una de sus hijas. A esas edades, a todos los que ahora tienen mi edad, les veía como ya mayores. Ahí estamos
Cuando volví, los momentos que estuvimos juntos, me fueron deliciosos. Los ratos de estar hablando a la sombra, al lado de su casa, con él, con Benito y en estas situaciones, con quien apareciera por allí, era volver a replantarme en un pueblo del que me había apartado. Creo que en mis raíces voladoras siempre quedó restos de esta tierra, en la que me vuelvo a enraizar.
Siento como si en esa inmensa colchoneta a la que dio una nueva vida, esta mañana estuviéramos volando. Siempre lo hago con mi tío Ambrosio y con mama y sus indescifrables mensajes sobre la miel y las abejas.
Subidos íbamos en una noche de luna llena. Como si fuéramos personajes de algún libro que te gustaba leer, tumbado en la hamaca sobre el hueco del angosto callejón que te permitía eludir el sol de los Agostos que nos aplatanan.
Suerte tuvimos de no subir la enorme cuesta que nos quiere anclar al pueblo, en su salida hacia Carrascosa. Para que queríamos linterna, si entre el cielo nublado, amenazante de unas lluvias que ahora nos anuncian como Danas o finales, se filtraba la luz de una luna llena que nos vestía a los árboles de los personajes más estrafalarios que nos hemos ido encontrando en nuestra vida.
Ahí, arriba, al asomarnos al valle del Tajo, entre ellos, entre los animales que nos ven y yo, que no soy capaz de percibirlos, y oteando las luces que nos marcan los pueblos que otros también tuvieron que dejar para encontrarse con otros futuros de los que prometían unas tierras que se sometían a tiempos que les hacían pero no les prevenían.
Ese correr, volar entre las penumbras para quitarnos las tintas que nos encierran en unas palabras que no siempre sabrán tantas partes de nuestros deseos, miedos, dolores, tristezas y miedos, nos llevan a sus viñas, a algunas coincidencias en paseos y a esos dos ó tres días de preparación para recuperar la funda de cuero de una colchoneta gigante en la que estamos resguardarnos nuestros recuerdos y en la que seguro saltaremos para amar el tiempo en el que hemos coincidido.
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