No sé si subiré la banda. Ando con dudas acerca de la capacidad de mi compañero para cubrir esa zona. La estrategia del entrenador es buena y, recuperada la forma, saben que los apoyos que doy por el interior y más, por el exterior son imprescindibles para este equipo tan encerrado.
Ellos, llegado el momento, cierran filas y se hace impenetrable. No hay fisuras; a veces me recuerdan a esas derechas tan ansiosas de poder, que saben que lo primero es este. Luego, ya hay para todos.
No es joven, además llevamos años juntos, pero la última época pareciera como si la banda que habíamos dominado durante años se hubiera convertido en una selva inexpugnable para nosotros. Él está disperso , lo conozco muy bien, sabe que le están buscando sustituto y que la vida, como en el mastodonte Real Madrid, te ofrece otros jugadores que pueden hacer lo mismo. De alguna manera se creía indestructible, esa nueva conciencia de su pequeñez le ha hecho dudar.
Podría decir que soy diferente, quizás no; no lo hemos hablado porque esa percepción es algo muy íntimo que te va comiendo bases sobre las que taladrabas, una y mil veces, el campo contrario. Los dos nos divertíamos porque nuestra compenetración era un quebradero de cabeza; no a los jugadores a quienes sus entrenadores les habían libros enteros de nuestras debilidades. Era también a estos, señores de la guerra, con libros de estrategia escritos desde sus campos de batalla que no conocían, para nuestro solaz, los terrenos escarpados para las guerrillas que nosotros eramos capaces de crear. Primero, desde nuestro mutuo conocimiento, alimentado por una gran condición física y luego, porque nos gustaba conocer a los jugadores que iban a desarrollar las lecciones teóricas de sus mentores. A los que también analizabamos.
Ese pequeño clic de tristeza lo percibo cuando voy a empezar la arrancada, esa décima necesaria para cruzarnos la mirada la hago ya lanzado, no puedo fallar a los otros compañeros, ajenos a nuestras dudas. Esa velocidad, ellos la invierten en descubrirse nuevos dioses, con un futuro, sin horizontes.
No necesito volverme el entrenador, nos lanza un rayo de autoestima. Le felicita por ese rápido intercambio; los dos andamos embarcado en el grupo.
El otro tiempo, el de los pensamientos, es para querernos, por como hemos surcado mares, con sus olas y encalmadas
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