Sin tiempo, por el instante en el que veo la entrada a la cueva de Atapuerca. Dicen que los millones de años están en este pasajero infinito en la que la veo a ella. Arsuaga me habla de mi creación de vacíos para los inmensos futuros clavados en la mirada de esa amazona que no me intuirá.
Precindir de una mañana que dibuja mares entre ríos azules que adquieren formas que narran la mañana de un gato frotándose sobre un sol que le acoge en su inabarcable bañera, sería quitarle un libro que fue escrito por las aguas.
Te agarras al mediodia con Sol, para entrar en el agua como un verso que tuviera miedo haber perdido la métrica.
Chocas la mano con el agua y sabe que ella está preparada para recibirte en tus dudas. El chubasquero, quizás no haga falta, quizás golpeando con el pecho, este te lata con un cachete para que antes de llegar al agua, hayas dedicado el suficiente tiempo para preveer ese instante.
Ya hace dos meses, tres, la záfira no se había estrenado. No tienes tiempo para meditar si los automatismos adquiridos serán suficiente este día. Sepuede prescindir del plástico, pero no de haberlo traido.
Por fín, tras siempre, tu sólo, eres consciente que la seguridad pasiva no puede tener ningun agujero. Te aparece hasta la funda de las gafas.
Ya, pero no el chubasquero. Ok, ok,
El viento fuera es gélido, dentro el agua te recuerda que revises si las pantorrillas están ajustadas. Si los dedos tocan los reposapies. En los primeros minutos, paleas a lo fácil; no sabes cuanto tiempo lo prolongarás. Ves las aguas más claras que ayer que parecían los restos de una tormenta.
Ahí, si, ahí, están las olas, tambien en sus trenes, las piedras, las contras, te atraen y acudes presto.
En un momento determinado te das cuenta que si tocabas con los pies, pero que no los utilizabas, que no empujabas, para, una vez clavada la pala todo tu cuerpo fuera parte de ese esfuerzo.
Han bajado al río, desde Morillejo, desde Carrascosa personas que contemplan al palista ensimismado. No les devuelvo, salvo una excepción, el saludo, mi vista no les reconoce; la música de las aguas, ahogan las voces.
Es una hora, quizás debiera ser menos; es un dialogo, profundo. Durante muchos años, había disonancias, por falta de actitud, de dedicación, de pericipia, de haber estado en Seu d'Urgell, con los hermanos Ganyet y monitores que tuvieron paciencia para darnos claves con las que defenderte.
Apareció tarde y hoy, un ventoso día de Noviembre, a los 60 parece fuera de lugar. Me acuerdo de Azahara, de la danza que tanto me llama ahora para comunicar.
El tiempo dedicado tiene las signos escritos en las aguas para que te olvides de traducciones externas.
Somos los dos. Igual que necesitas apagar la tele, si lees; la música ajena, si la elaboras tú e;l extractor, si Leila Guerreiro hace sus reflexiones en radio; ahora, los otros lenguajes callán, ensimismados por nuestra compenetración.
Sé que no lo puedo alargar, estos lumbares, no confío que me permitan muchas alegrias fuera de la piragua.
Busco la orilla, y sí, siempre existe ese segundo, donde puedo hacer el ridículo. Parece como si al alejarte de esa conversación, te costará encontrar la palabra de despedida y de hola para los otros lenguajes, ajenos que tanto te cuesta escuchar
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