Durante siempre, las hojas fueron saliendo como para ver si había escampado. Eran osadas pero imprudentes. No siempre estaban protegidas por la buena sintaxis y en otras ocasiones, un viento cambiante como el que teniamos en la presa de Entrepeñas, nos podía sorprender y el cazo de agua que podía haber aparecido por la frente, como para refrescar estas horas buscando un desafío, terminaba apareciendo en modo, chorro a presión en la nuca, con el consiguiente desquiciamiento.
Hoy, a pesar de este frío que no las invita a la zona de playa de Berlín, han salido desnudas, no procaces, tan sólo ellas, y se me han ofrecido no como un acto de concuspicencia, provocadora.
Se han quedado ante mí, y todo el tiempo que no las dediqué para corregir las repeticiones, las disonancias, los sobreentendidos que anidan en mi cabeza y que son insondables por las callejas y viricuetos en los que otros necesitan un poco más de contexto, me dicen que ponga CTXT.
También las dejé en soledad como el que tiene miedo a explorar entre arrecifes, como si habiendo andando por las playas de colores indescifrables, embarcado en un velero sobre en el que en el suelo, a una encalmada, pusimos fuego, brisa y necesidad de apagar en fuego con sus aguas ya cálidas, pensara que ya mi ida, les sería suficiente para crear la expectativas de un traje que necesitaba los días de tejido de Penélope y las noches de adorno de viajero que ya había vuelto de las tinieblas.
Hoy, atravesado el Despeñaperros de mis piedras graníticas y mis fortalezas entumecidas, gracias al gladiador Duri y habiendo avistado a Herodoto que partía, nubes y fríos, a conocer las tierras de los pasos sin carrera, he podido dedicar la tarde a parlamentar con esas hojas.
Saben de mi, de mi inconsistencias y de ahora tiro para Badajoz, tras haber empezado mi travesía hacía Barcelona.
Creo que las podré decir que ya los tiempos no son de los 20 años posteriores a la primera la carrera del Húecar, donde el cuerpo y el ánimo parecían caidos por el sentido de derrota por la caida de prestaciones, ya no sólo en las carreras.
A las hojas les expondré que quiero aprender a sentarme como enfrente de una viña y explorar en cada cepa hasta donde podré cortar, limpiar y proteger sus raices, com dispuesto a recibir los próximos frutos.
Quedarte séis, siete horas, hasta que las fuerzas flaquean y la espalda pide una tregua y no mirar más que a la cepa que tienes delante; entonces la exploras, las tientas, las buscas en sus diferentes ángulos para encontrar una falla o algo con la que la puedas enriquecer es un recorrido que me está enseñando la naturaleza.
También, las contaré que pasar tres horas, para terminar de limpiar un huerto que te ha concedido la belleza y los sabores del verano; que quitar las plantas y llevarlas a un pudridero por si de ahí, un día puedes secar abono natural; me ha hecho comprender lo necesario de ese tiempo para quitar lo superfluo y lo que empobrece el producto.
Entre las hojas y yo, nos cruzamos miradas. Pasado este tiempo, los dos tenemos miedo que sea yo, el que sentado en una silla, no comprenda y aplique los necesarios y enriquecedores actos que he hecho entre viñas y huertas en los escritos que pretenden alargarse como un homenaje de exploración
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