Entre un cauce, saciado de repeticiones y una silla para leerla, debo interponer una piedra que me cree un reposo.
Entonces ya sí, abro su libro y me desnudo para sumergirme en sus letras.
Estoy prevenido, a ella la he escuchado con Gemma y he leído sus columnas.
Las palabras la brotan como mujer en compromiso que es.
Un día la empiezo a leer para que me transforme. Me quita la balaustrada de los observatorios en que he convertido mis encuentros y me da su honestidad para coger mi mano.
Me susurra, para calmar mis terrores a la exposición, las derrotas de las que tantos afloran a nuevos vientos.
En los pasos con los que venzo las anclas que me lanzan, me preparo a compartir su mochila con la que viajo a tantas habitaciones tapiadas, de las que mano a paso fue quitando los ladrillos para mostrar las flaquezas de unos y las traiciones de los asaltadores del orden
Almudena, nos labramos para salir de los encuentros a los recogimientos en los que celebro tu odisea para superar tormentas, patrañas y la satisfacción de pertenecerte, en alguna forma, por alumbrar mis desconocimientos.
Tu bajel zarpa; nos hiciste marineros. Desde el puente de mando de la ventana, con tu voz, izamos nuestra pequeña vela, ávida de retener los seres lanzados a la supervivencia con las que percibimos a las otras de las que éramos parte.
Y si, asomados a la borda o subidos a las jarcias nos enseñó por donde venían las bestias del odio.
Mas, más bello, nos dío Itacas para poner proa a nuestros sueños con costas en las que ser parte de ella, para sernos
Tu beso de compromiso en la lectura, en el encontrar, me permanece
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