miércoles, noviembre 03, 2021

Identidades escindidas

 Encontrar una mina, no era fácil.  Estaba sentado en aquel lugar y aunque había oido hablar de algunas características que afloraban en las tierras que poseían aquel mineral, aquellos días las brumas y las pasadas nieves las habían revestido de un gama de colores indescriptibles. 

  No era fácil que aquel disparatado personaje tuviera el sosiego de mirar un instante al árbol caido. Su tronco era inmenso, como los ojos de aquella bella montaña; la hoja de una sierra inconsciente había claudicado ante la hercúlea tarea de empezar a penetrarlo. 

 Si lo utilizaba como obstáculo a superar para su cotidiano ejercicio que no había dejado nunca de realizar. Era sólo un objeto sin identidad que le estimulaba para incrementar su poderio. 

 No muy lejos, observaba aquella vida tan sobresaltadas un filósofo; echaba una ojeada hacía nuestro espacio pero terminaba bajando la cabeza para insistir en la lectura de un libro. Seguía siendo "el infinito en un junco", Si ese material que existía en el principio de los tiempos y que formaron la vegetal base donde se empezaron a escribir algunas de las historias que hemos escuchado.

  Nuestro hombre, se había sentado sobre ese tronco, como dijimos, no por examinarlo. Enfrente, quedaban las aguas, casi heladas, de un agua que volvía a ser líquida. Alli, desnudado el torso, se contemplaba en muy diferentes posiciones para inspeccionar las consecuencias de su entrega al culto al cuerpo. 

  Después de un rato, alguien le chisto y por unos minutos, asistimos al cortejo de dos seres en celo. Para ellas, la berrea de Septiembre, Octubre, era un periodo demasiado finito. La disposición podía saltarse lo límites temporales del apareamiento.

  Por suerte, la lectura de las páginas 241 y 242 del libro, le tenía absorto en el universo que se había desatado enfrente de él; el pensador leía, ahora, como la lectura en las situaciones más difíciles les habían dado un plus de resistencia a las personas que se habían hallado presas. Incluso transportarse a otros espacios llenos de caballeros andantes, amantes sin fruto, cegados justicieros de si mismos, les había permitido minimizar, por momentos, sus situaciones tan deplorables.

 Al levantar la vista, vío que Adonis y su pareja, no estaban sentados en el árbol; al explorar con más atención vío que ya se habían alejado del árbol, sus primeros doscientos metros, pero no tenía trazas que lo hicieran por mucho más tiempo. Aún lejanos, el ansia de las aproximaciones parecían más embates por comenzar

 Decidio ponerse en pie y con paso lento, cuidadoso pero decidido se encamino hacía un lateral del tronco. Alli, con calma, dío dos golpes que podían ser blancas sonoras pero apaciguadas, tras ello, encadenado 5 golpes cortos y contundentes. Se abrio una puerta por la que fueron apareciendo Dragonio, Druña y kayón. 

  Si alguien hubiera estado mirando esta escena podría haberse caido, o al menos, quedarse patidifuso; el pueblo Piranio existía  y no era un mito en la que en uno de los pergaminos que se salvo de la quema de la gran Biblioteca Dragona, aparecia Pritón haciendo pasar un rayo de luz por una lágrima de Prandón que proyectaba sobre una pared: el pueblo que quema sus libros, es capaz de quemar a las personas.

  Sabía el filósofo de la certeza de esa inscripción, pero en Alejandría, en Coruña, En Sarajevo, en Munich las bestias habían iluminado su ceguera con el resplandor de sus quemas. Aunque sólo les había servido para retener un efímero calor. Nada comparado con el eterno frio al que se había enfrentado el pueblo de Leningrado para en mitad de tantas violencias y abandonos sentirse con el poder de luchar por reconstruirse en una "vida y destino"

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