Cuando miro a mi alrededor, intento retener el tiempo para dar vida a cada una de las personas que tengo a mi alrededor.
Puedo percibir a alguien que como en mi pueblo, no me ofrece mucha seguridad. Aquí compartimos nuestras inseguridades.
Las olas sólo son una metáfora de alguna estancia en un poblado, ya a mil kilómetros de su cabaña, donde fue esclavizado para pasar días arañando la pobreza de una tierra que se arrastraba clamando agua. De él, le tomaron sus dedos para descarnar sus anhelos.
La sal que se impregna en sus labios, son el silencio por las palabras que se habían sellado a cada grano que secaba el agua ausente en el desierto de sus días. No podía imaginar que aquellos golpes se los dieran quienes se los debía quitar. En su mirada encontraba una habitación vacía, cerrada por dentro, para que nadie más les quitara el liquido de los recuerdos que era el único sustento al que se aferraba, para liberar a su hermano de aquel aquelarre de sociedad hierro que aplastaba al desválido.
Las exuberantes crestas se alimentan de las gotas que han tejido una pared impenetrable. Son pretenciosas sus burbujas, al niño no le asustan; a su madre que le lleva en el regazo, la aterran porque son cambiantes, son caóticas y son carentes de empatía. Su soberbia por todos los colores que roban al Sol, la lanzan contra esa embarcación a la que se aferra el sueño materno de darle abrazos al tiempo que se fuga, para que este vuelva la cara y ofrezca sus manos; Es afilada y lacerante.
Siento una mirada, al otro lado; los pies que la sustentan, intentan parar una vía que tiene la fatalidad de saber que el agua se disfraza de lo que la impide el paso, para salir siempre triunfante. Nos leemos en la comprensión de ese desgarro por el niño que abre un cielo en su boca, por reclamar el aire que le dé un nuevo aliento. No habla mi interlocutor; su cuerpo, si.
Quisiera ser un Quijote para retar a esos rizos que quieren ser tenidos por únicos y excluyentes. Le comenta la tristeza de mis pupilas apenas levantadas que mi adarga expulsaría sus esputos, no sin antes, desafiar a esos tomadores del tejidos humano y recordarles los cimientos que les damos.
Vernos; soy consciente que con estas letras, la sal que se aparea con la de las lágrimas para teñir el cuerpo hercúleo, no tiene el color robado al día por Gervasio para pintar en el velo de nosotros las impotencias, que nunca deben ser aún más quebradas por las lanzas de los penachos ensoberbecidos por sus burbujas pasajeras. Nunca debieran olvidar, pero lo hacen, que las magnifican porque son serviles para sus caóticas dominaciones que pretender ser eternas.
Pero lo hacen, son erizadas por tantísimas gotas, a las que despersonalizan, para su vivir empalmadas en gloria. Sólo admiten esas fotos. Sin darse cuentan que las olas caen y sólo quedan las gotas
Pero nuestras miradas, viajan en las pateras de bocas de ausencias, mentes de un poco más, y pasos en barros movedizos.
Un Sancho sale de aquella barca al Hades para danzar sobre su tierra. Ella dueña de los molinos, a los que se traga, sin excepción
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