viernes, noviembre 12, 2021

Una tienda para un barrio

 Se dejan pasar muchas cosas, porque algunas son incontrolables, el tiempo, mismo; sólo te queda la posibilidad de atrapar el nombre, decir que es bello lo que pasó, pero ellas y ellos ya no están conmigo.

 Mientras duraron eran un faro al que te asias; quizás no lo gritabas pero si decías voy, por ejemplo, a la tienda de Olga y eso era como decir que personalizaba mi compra, que no me era indiferente acudir a a cualquier espacio donde me pueden dar los mismos alimentos. 

Han sido muchos años, tantos que parecen conectados con la tienda de Nicolás o por otro lado del Chuchi o del Elías. Al Diego, también ibas, parece que menos. Ahora, las tienen y las tendrán otros trabajadores, autónomos, pero, trabajadores al fin al cabo, aunque se nos haya ido la cabeza. Están en nuestro mundo que es suyo, pues incluso con mi vecino, también puedo vivir costumbres muy diferentes

 La colonia estuvo en el fin del mundo y por allí nos asomabamos a los abismos por si podíamos ver donde doblaba la tierra y si la caída sería muy fuerte. 

 Durante una época estuve alejado del barrio, fue en la adolescencia, en la que algunos y otras, jugaron a los médicos, pero sin estudios superiores, salvo los de los descubrimientos en el otro-a. 

 La última época ha sido muy rápida. Se han ido marchando tantos y tantas de nuestras mayores, que ya hace 50 años, nos parecían eternos. Era una alegría ver algunas de ellas; creo que nos hacen amar lo que hemos sido, con nuestras equivocaciones, con nuestros viajes, pero con un puerto de referencia en el que nos podemos sentar para respirar la memoria.

  Si algun día, de esa tienda desapareciera la mujer paciente, con una sonrisa que te conforta, y a la que hemos llegado metidos en mil humores que ella, luchadora en sus propios mundos, ha ido atemperando con una templanza que desarmaba incluso a los más afilados arietes; si no estuviera, hemos comprendido que podemos seguir como hemos seguido sin tener a José, Jacques, Maribel, Jesús, Maryse y tantas otras pero sabremos que durante ese tiempo vivido, era más felices.

  Porque sueñas, te dices que allí podrías crear una librería y un espacio para el encuentro. Decía el otro día Juan Carlos Unzúe, en su vídeo viral de hace unas semanas, que cuando pase el tiempo no puedas decir que no te atreviste. 

 Confrotarlo con la realidad es sumar manos, multiplicar esfuerzos y dividir el tiempo y los recursos por donde navegas. Restar el coraje ante un tiempo que te ha dado unos privilegios, es perder sumas, a veces dolorosas pero no antes, en el pensamiento, si no en los futuros que te transforman.

 Este tiempo de visita casí semanal, daría para un libro pero el que debiera escribir ella; con la tinta de cariño que siempre ha transmitido a los mayores de nuestro barrio

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