Postrado, mirando hacia arriba. Primero al frente, luego a ambos lados, se fija en los labios de quien cuchillo y tenedor.
Tiene una vida efímera pero una clarividencia que parece traspasar cualquier límite.
De la boca de quien parece tenerle, no podría decir más que son dos líneas que no parece haber tenido el decoro de ser transmutados por colores y botox. Si hubiera albergado algún gran acontecimiento pareciera que estuviera en el contenedor de los deseos.
Nadie le ha dicho que se los come, como licencia poética; ni parece haberse colocado en la fiesta de su narizón. De los ojos, parece tener envidia, vamos a dejar de llamarla sana, porque varias excursiones más les habría gustado realizar en comandilla con esos que las desearon y exploraron, como su única posibilidad.
Fija, entonces, su atención en la boca de uno de los lados. Incluso, yaciente, la voluptuosidad de los labios, le incomodan. Pareciera llevar un manual de uso para varios idiomas; en todos por profundizar.
Por ahí, los paraísos te abren las puertas; ya ven a mi, en esta mi postrera condición, las ocurrencias me llenan el cielo a los que consigo abarcar, por allí las estrellas a seguir para advenimientos que no me han sido dados, cuando era una insignificante, pareciera que ahora me prometieran engendramientos, a los que uno no debiera ya rechazar.
¡Cómo no fijarse en ese hoyuelo!, debajo de esos montes abiertos para el infinito y cubiertos en su interior de una dentadura alineada como para rendirse en pleitesia.
No sé, creo que lo mio durará, lo que un hielo en un whiski. Será un final feliz, pero no me quitó de la cabeza que quien, al final, se ha lanzado a por mí, es el del otro lado. Tiene una dentadura postiza, que tiene pinta afila todos los días. Será limpio el corte que me pegué, pero ¡leches! de mentirijillas. Siempre me quedará, como en una oración que vague para la eternidad, mecida por toda clase de vientos, que mis últimos deseos fueron ser chupado por aquellos labios que eran abrazos para ser un mismo cuerpo