Surgen unos días complicados cuando te embarcas en un nuevo año escolar.
A los horizontes de cada año, les conoces y siempre has podido llegar. Pero esa no es tu satisfacción, porque intuías diferentes colores en los cielos que escondían las siluetas sin luz, el ritmo de tu mirada teñia las notas para colocar las personas en aquellos espacios. Esa angustia existía y la inmediatez de una primera cuesta a la que te enfrentabas te hacía perder aquellas ilusiones lejanas.
Cuando llegan estas situaciones, a veces, me viene la sensación de haber sido intercambiado en la cuna y, que descubriéndolo ahora, me pusiera en mi real situación de ser predestinado a actuar como un mago.
De estos, dicen, que tienen unas capacidades extraordinarias, nunca explican, con sus trucos. Entonces construyo imposibles de la nada.
Cojo unas bolsas con la certeza que las llevaré hasta una viña que habiéndola recorrido e incluso cubierto con cuerdas, cinta americana atadas a palos obtenidos de una limpieza de nuestros bosques que me parece milagrosa por la nueva vida obtenida cuando lo recorro; utilizo también alguna ruidosa botella, algún ropaje que vuelve a tener un sentido vistiendo cepas e incluso, un Epi o Blas que no lo he aprendido nunca, pues ya me pillo en una época en que la calle era mi casa.
Cada uno de estos elementos, aunque tarde, me pareció que cumplía su función para ese conjunto que parecía perdido en su mitad. Hoy, consciente de lo que en realidad soy, me dirijo al lugar de mi actuación. Dada la premura, tengo un compinche, el gran Alfredo, que me ha cedido alguna de sus bolsas-varita que con las acciones pertinentes y las palabras adecuadas de un "avivir" de Domingo con Juanjo, logrará un conjuro para mostrar lo que existe dentro de una viña.
Acudo, con la remora de lo que he tenido que experimentar cuando realizaba otras acciones ajenas a mi ser mago. Abro la viña y de repente lo que parecía ya cubierto, empieza a mostrar la plenitud de mis capacidades. Todo se multiplica y lo que en mi anterior vida de profesor, hubiera sido un desánimo por ser imposible obtener los horizontes, ahora se llena de racimos inexistentes, segundos antes. Como, ya, mago miro cada rincón de mi sombrero, cada arruga de mi capa. Si, siguen saliendo conjunto de uvas, a veces blancas, otras negras, pocas, mestizas.
Algunas cepas, aprovechadas por otros animales, ahora me mostraban las que habían escondido para mí.
Nunca me hubiera imaginado que fuera el mago, en el que debí haber sido criado, quien me daría las varitas que tienen las claves para ver todo lo que me rodea, percibirlo y además, tener la paciencia para ir mostrándolo a mi alumnado con la seguridad que serán capaces de recoger cada uno de los racimos y obtener un mosto que les pueda ayudar a superar las dificultades para conseguir las Itacas que se vayan proponiendo
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